Inspiração - Bellas Historias
Cuando el parto es la partida
La psicóloga carioca Larissa Rocha Lupi, 32, vivió dos veces el dolor de un embarazo interrumpido – en un periodo de ses meses, ella y su hermana gemela, Clarissa, tuvieron abortos espontáneos. La tristeza dilacerante, la insensibilidad clínica y la incomprensión de los familiares y amigos, que no sabían qué hacer para ayudar, hicieron que Larissa decidiera dar voz al silencio de las madres que perdieron a sus hijos prematuramente. Ella creó el proyecto Do Luto à Luta (del luto a la lucha), por más sensibilidad, solidariedad y cuidado con la pérdida gestacional y neonatal, buscando cambios políticos efectivos y la mejora de los servicios de atención médica. Un trabajo que busca no solo minimizar el sufrimiento de las familias sino transformar un dolor velado en causa pública. Larissa también representa el “Temos que falar sobre isso”, una plataforma de desahogos anónimos online creada para dar voz a los dolores y dificultades relacionados con el embarazo y el posparto.
En entrevista a Laura Capanema
“Con casi diez semanas de embarazo, mi hermana perdió al bebé. Las causas no estaban claras, pero todo indicava una ‘selección natural’: cuando el gestación es interrumpida naturalmente por el propio organismo. Según los médicos, una situación relativamente ‘común’, especialmente en los tres primeros meses. Pero poco se habla del asunto. Muchas de las mujeres que ya vivieron eso–madres de hijos que no nacieron–pasaron a cargar con una incomprensión y una soledad inmensas en sus vientres. Quien sufre la pérdida gestacional o neonatal tiene que enfrentarse al tabú que existe en torno a la muerte de alguien que no nació (o que vivió poco).
Clarissa ya era madre de un niño, pero hacía tres años que planeaba el segundo embarazo. La frustración con el embarazo interrumpido la hizo estar a punto de hundir en depresión. Aparte del vacío tremendo, tuvo que enfrentarse a la dificultad de los amigos y parientes decomprender la dimensión de su dolor. La mayoría de ellos decían lo mismo: ‘tranquila, no tardarás en quedarte embarazada otra vez’, e ignoraban que el aborto representa una pérdida real, especialmente en este caso, un sueño interrumpido abruptamente. La concepción de un nuevo hijo jamás superaría la falta del que se fue. No era tan sencillo.
Al día siguiente de haber recibido la noticia, ella fue a una maternidade privada en la Zona Sur de Río de Janeiro a hacer el legrado. Allí, inesperadamente, compartió la enfermería con otras madres que habían acabado de dar a luz (escuchando de cuando en cuando el llanto de los bebés que acababan de nacer). Asimismo, el equipo médico se mostraba extremadamente insensible. El doctor dijo con frieza: ‘tu hijo no era un bebé, era solo un feto. Un feto que ni siquiera tenía latidos cardiacos’. Un lenguaje demasiado técnico e impasible para alguien tan fragilizado. Yo, que había vivido todo aquello de cerca, no tenía cualquier duda de que la logística de aquella clínica maximizaba el sufrimiento de la paciente y hacía aún más difícil la elaboración del luto.
Pasó un mes y ella seguía muy angustiada. Pero se quedó embarazada. Otra vez. Pero esa vez la novedad llegó doble: yo también estaba embarazada. Salimos de una pesadilla y entramos en una euforia compartida–éramos gemelas y estábamos gestantes, juntas, las dos del segundo hijo. Hablábamos todos los días y cuidábamos mucho la una a la otra. Sin embargo, vivíamos afligidas. Ella, con un embarazo angustiante, con sentimientos combinados por el vacío de la pérdida anterior y la expectativa de una nueva vida. Yo, con un miedo extraño de revivir todo lo que le había pasado a ella aquel mismo año.
Pero la historia de Clarissa tuvo un final feliz, a pesar de que Henrique nació prematuro, con 34 semanas–la bolsa de aguas se rompió y ella tuvo que hacer una cesárea a toda prisa (ella creía que el haberse quedado embarazada enseguida y no haber esperado más tiempo para elaborar el luto había contribuido a que el embarazo fuera más frágil; de ahí la prematuridad). Conmigo fue totalmente distinto: prácticamente a los cinco meses (19 semanas), tuve una pérdida de sagre y volví a la misma clínica en la que mi hermana dijo que no volvería a pisar en su vida. Y perdí el bebé. Según el médico, mi embrión estaba disforme – me diagnosticaron un embarazo molar, anomalía que ocurre cuando la placenta crece de forma anormal y se convierte en una masa de quistes.
La situación se hizo aún más difícl cuando me llevaron a un habitación decorada con una cigueña en la puerta. Vino el enfermero a felicitarme por el bebé–el que yo había perdido. ‘A ver, ¿es que aquí nadie lee el registro médico de los pacientes? ¿Nadie se entera del estado de los pacientes?’ –yo me preguntaba indignada. Y encima tuve que pelearme con los médicos porque quería que mi marido estuviera conmigo durante el legrado (y eso a mí me fue negado). Me sentí maltratada, desamparada, y por si fuera poco, juzgada por mis deseos.
Fui sedada y me desperté en un ambiente completamente aséptico. No había cualquier vestigio de lo que acababa de ocurrir. Yo quería ver lo que los médicos habían sacado de dentro de mí–por más que no existiera de hecho un bebé, el vestigio del embrión representaba la existencia de mi hijo, y el acceso a eso me permitiría materializar su muerte. Nadie me dio oídos. Allí había un equipo que se decía sensible y humanizado, pero que estaba preparado únicamente para el happy end, para la eclosión. Ellos no sabían manejar el fracaso.
La pérdida gestacional es un luto invisible–si el bebé no nace con vida, la gente se cree que la madre no ha tenido ningun vínculo con él… al fin y al cabo, ‘él ni ha nacido’, o ‘nació, pero no ha vivido nunca’. Además de la poca habilidad de nuestra propia cultura en aceptar la finitud, es todavía más difícil en esos caos en que las madres son madres de la oscuridad, de la nada, de un soplo.
Eso exige que los médicos estén entrenados y preparados para conducir la situación de la mejor manera posible. Y, por supuesto, no elimina el dolor, pero es importante que se sienta alguna empatía por el ser humano que está del otro lado. Vivir ese sufrimiento dos veces hizo que yo sintiera necesidad de ayudar otras familias, romper paradigmas y luchar por ambientes hospitalarios más acogedores y sensibles. Intentar evitar violencias secundarias.
Como punto de partida, organicé una petición en la que reivindicaba más cuidado por parte de la maternidad que violó nuestros derechos –si no un sector destinado a las pacientes con casos de pérdidas gestacionales, al menos una habitación exclusiva para ellas- y que los profesionales recibieran entrenamiento y tuvieran más cuidado con ese tipo de paciente. Habría que hablar sobre ese luto e ir más allá: hacer alianzas con los hospitales y equipos de salud.
En diciembre de 2014, tres meses después, conseguimos, por fin, reunirnos con el equipo médico. La clínica no creó un sector específico, pero pasó a identificar las habitaciones con un color diferente –morado– para los casos embarazo de riesgo.
Comencé a divulgar mi historia y recebí incontables relatos, incluso de personas próximas que yo no sabía que habían pasado por lo mismo. Romper el silencio dejo muy claro cómo la cuestión aún es velada en nuestro país. Fue cuando decidí crear la página Do Luto à Luta, hoy con más de 14 mil seguidores. La diseñadora responsable por nuestra identidad visual pasó por la misma experiencia y profesionales de diferentes áreas pudieron familiarizarse un poco más con la causa. Elaboramos una plataforma colaborativa que organiza grupos de apoyo, recomienda asistencia psicológica y sugiere películas y libros sobre el tema. También somos activos en la política: recebimos con lágrimas en los ojos la noticia de que se había aprobado la PEC (propuesta de enmienda a la constitución) Nº 16/25, por unanimidad, en la Alerj (Cámara de Consejales del Estado de Río de Janeiro). El Proyecto de Enmienda a la Constitución determina la licencia maternidad y paternidad a los empleados del Estado en casos de pérdida gestacional y nacimiento prematuro. Contamos con la ayuda de la abogada Maíra Fernandes, mujer de mucho coraje, determinación y osadía, ex-presidenta del Consejo Penitenciario de Río de Janeiro, quien también había vivido de cerca ese dolor –ela tuvo que enfrentar recientemente la pérdida de su primer hijo, Antonio. En el parto.
Para nosotros, algo muy importante es tratar de no sucumbir al drama. Y procurar resignificar la existencia, verla con una nueva mirada. Es necesario que se entienda cómo el dolor puede ser importante para cambiar el sentido de la vida misma –frente al dolor, el ser humano puede madurar y volar lejos.
También organizamos encuentros presenciales una vez al mes, en una sala en Largo do Machado, en Río (que se está haciendo pequeña para una decena de participantes). Acogemos personas que se sienten directamente afectadas por la pérdida gestacional –madres, padres, hermanas, cualquiera que se sienta sensibilizado y quiera compartir su dolor. Hablar es sumamente terapéutico y profilático. Siempre cito la frase del psicólogo Adalberto Barreto, de Ceará, fundador de la terapia comunitaria en Brasil: ‘Cuando la boca calla, el cuerpo habla. Y cuando la boca habla, el cuerpo se cura’.