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Fiesta en el Cielo

Un relato sobre la creencia en la prolongación de la existencia de quienes ya se han ido y sobre la felicidad que producen aquellos extraños momentos en los que nos sentimos conectados con ellos.
“Tras la partida de Paulo, comencé a imaginarlo en las nubes. Cada vez que volaba en avión, observaba las nubes y eso me traía la agradable sensación de estar sentada con mi niño en una de ellas, mirándonos y conversando”.
“Tras la partida de Paulo, comencé a imaginarlo en las nubes. Cada vez que volaba en avión, observaba las nubes y eso me traía la agradable sensación de estar sentada con mi niño en una de ellas, mirándonos y conversando”.

Yo era como la mayoría de las personas que conozco: miraba la muerte desde lejos. Evitaba, tanto como fuera posible, pensar o hablar sobre esa certeza de la vida que me gustaba imaginar como algo remoto. Pero llegó el día en que mi padre falleció, cuando tenía 27 años, y tuve que encarar la muerte forzosamente. Tengo que reconocer que lo hice más o menos de frente. Varios caparazones y varias excusas mitigaron – o escondieron – mi dolor en ese momento. La preocupación por mi mamá y la convicción de que hace parte del destino de los hijos el despedirse de sus padres. Logré adaptar mi corazón, contando con la suave presencia de mi padre cerca de mí por un gran tiempo. Una presencia a la que yo tenía acceso por medio de mi intuición, mi imaginación y mi corazón. Hoy, después de más de 20 años, todavía pienso en él todos los días.

Seguí el flujo de la vida hasta que, un día, tuve que vivir la situación contraria: el 28 de enero de 2012, tuve que despedirme de mi hijo Paulo cuando él tenía 28 años. Aquello realmente rompió con cualquier tipo de referencia que yo pudiese imaginar. Sin punto de partida o de llegada, sentí mi alma casi que suspendida. En una mezcla de emociones, una de las cosas que sentí fue una ganas inmensas de imaginar cuál sería el recorrido de Paulo a partir de ese momento. Busqué algunas referencias y comencé por el libro “Una prueba del Cielo”, donde un neurocirujano, racional y escéptico, relata su experiencia de haber estado cerca de la muerte. El autor habla sobre su cura física y espiritual, así como sobre la vida que se esconde en las diversas dimensiones del universo. Un cirujano atestando que el mundo es mucho más grande de lo que podemos ver.

También vi la película “Nuestro hogar”, escrita y dirigida por Wagner de Assis. La película está basada en la obra homónima de Chico Xavier, escrita bajo la influencia del espíritu André Luiz. Aunque la producción me pareció bastante pobre, su contenido me ayudó mucho a imaginar cómo sería el mundo de Paulo a partir del momento de su partida.

Para mí, como madre, fue un punto fundamental en mi proceso de curación. Yo sabía que necesitaba encontrar una nueva forma para poder continuar relacionándome con él. El primer paso fue intentar imaginar su vida a partir del acontecimiento que cambió todo: ¿Dónde estaría mi hijo después de su despedida?, ¿estaría en algún lugar?, ¿lo recibiría alguien?, ¿lo recibiría mi padre, su gran abuelo querido, quien cuidaba de él como nadie más lo hacía?, ¿o sería Nahim, un “casi” padre, a quien Paulo encontró en la ruta de su vida?, ¿o los otros tantos familiares que ya estaban por allá?, ¿cuál sería su momento?, ¿cuáles serían las fases que debería enfrentar después de su partida?

Las 4 etapas según Sukie

Recientemente, hallé un libro que alimentó aún más mi deseo de imaginar los caminos de mi hijo. “Después de la vida”, de la psicóloga Sukie Miller, fue un regalo iluminador que me dio una gran amiga. Esta psicóloga reunió a un grupo de trabajo para investigar, durante 8 años, las percepciones y creencias que tienen varias culturas en Asia, India, Indonesia, Brasil, Estados Unidos y África sobre la jornada después de la muerte. Sukie Miller escribió su libro a partir de este ejercicio, el cual, además, me sirvió de gran inspiración para mi texto y mis reflexiones. Un universo sutil, desconocido y muchas veces asustador. Actualmente, cada vez es más difícil poder negar la existencia de un mundo que está más allá de nosotros mismos. Sukie Miller llama esa capacidad – la de ir más allá de lo que se puede ver – de “imaginación vital”. Una capacidad psíquica que no consiste meramente en visualizar sino, sobre todo, en vivenciar otra cara de la realidad.

Esta sensibilidad – que trasciende los sentidos y se aproxima al espíritu – también es descrita por el filósofo francés e islámico, Henry Cobin, bajo el nombre de “mundus imaginais”. ¿Sería posible pensar que esa “imaginación vital” podría abrir mi corazón y mi espíritu para lograr volar y encontrar a Paulo en algún lugar paralelo que, aunque no lo podamos ver, parece ser extremadamente real? Para mí lo fue.

Tras la partida de Paulo, comencé a imaginarlo en las nubes. Cada vez que volaba en avión, observaba las nubes y eso me traía la agradable sensación de estar sentada con mi niño en una de ellas, mirándonos y conversando. A partir de lo que afirma Sukie Miller, mi hijo estaba en su primera etapa post-mortem, el “Lugar de Espera”. Esta psicóloga habla sobre las 4 etapas que aparecen como común denominador en las explicaciones que la mayor parte de las culturas mantiene sobre la post-muerte. Lo más interesante es que esas fases son descritas por medio de jornadas activas, donde los espíritus se mueven por geografías detalladas. Estudiémoslas:

La Etapa 1 es el “Lugar de Espera”, un momento en el que se lleva a cabo la transformación de un ser físico a un ser espiritual. La Etapa 2 es descrita como la fase de juicio, donde la vida anterior del “viajante” es pasada a limpio y, para algunas culturas, cuando su destino es determinado. La Etapa 3 es el “Reino de las posibilidades”, un momento en el que el viajante disfruta del resultado de su juicio o, para las culturas en las que el juicio tiene un peso relativamente pequeño, simplemente pasa a existir en alguna de las múltiples paradas de la post-muerte. La última de las etapas, la Etapa 4, representa el regreso o el renacimiento, una fase en donde el viajante retorna a esta vida dentro de otro cuerpo y con otra identidad o, también, en donde alcanza la posibilidad de escapar de la Rueda de la Vida, juntándose al todo universal para vivir en uno de los diversos estados celestiales que reciben el nombre de Nirvana.

Un trabajo fascinante que habla sobre el “Lugar de Espera” es el de Paul Beard, del College of Psychic Studies de Londres. En su trabajo, Beard sitúa ese lugar específicamente en la frontera que separa el mundo de los vivos y de los muertos, un lugar que él llama de “Summerland”. Para Beard, este es un escenario de descanso y de tranquilidad que ofrece la posibilidad de mitigar el miedo para vivir la transformación, tal como cuando la larva se convierte en mariposa. Mientras tanto, nos corresponde a nosotros el dejarlos ir. En todas las partes del mundo se escucha lo mismo: si realmente amamos a quien se ha ido, debemos permitirle que se vaya, deseándole valentía para sus nuevas jornadas. En general, es sumamente reconfortante para quien permanece el poder tener una tarea que cumplir.

La segunda etapa, el “juicio”, supone que el viajante abandona su lugar de espera y pasa a la siguiente fase de su jornada, donde su destino será decidido. No queda claro, en todas estas culturas, quién o qué exactamente hace este análisis o juicio. Se sabe que inclusive el juicio por parte de quien permanece es de gran relevancia. Por esto, las personas, conscientes de su propia partida, tienden a volver sobre sus relaciones más importantes durante su vida y a saldar las deudas asumidas anteriormente. En esta etapa de la jornada, cuando el espíritu está siendo analizado y juzgado según la forma como vivió, dos preguntas contundentes emergen: la primera, “¿iré para el lugar de las recompensas o para el de las puniciones?”. La segunda está relacionada con el sentido y el propósito de la existencia que está a punto de abandonar: ¿Será que viví una existencia que, de alguna forma, contribuyó a ampliar la realidad?”.

Al respecto de los diferentes sistemas de juicio – y son muchos – mencionaré dos modelos que, ricos en posibilidades, nos permitirán hacer varias reflexiones: el sistema de juicio de la tradición cristiana (método del registro contable), el cual se basa en la lógica de la recompensa y el castigo. Por otro lado, el sistema kármico, más complejo, que tiene en cuenta un abanico de infinitas intenciones, pensamientos y acciones interrelacionadas, creyendo en los aprendizajes obtenidos entre las encarnaciones. No así, e independientemente del juicio, en casi todas las culturas hay una convicción de que no hay nada que una persona haga en vida que no se vea reflejado en su próxima existencia.

La tercera etapa es la de las posibilidades: ¿Cuáles son los posibles caminos a recorrer y a disfrutar? Aquí, las diferentes culturas ofrecen una infinidad de visiones que no siempre son excluyentes. Podemos comenzar por aquellos pocos que creen en la VÍA LÁCTEA, como los indígenas de Australia y de la Guajira, en Colombia. Ellos creen que los espíritus simplemente vuelan y penetran en la VÍA LÁCTEA. Sobre este camino, la autora esboza una imagen muy bonita: “al caminar por el campo en una noche de cielo claro, cuando las estrellas pueden ser naturalmente observadas, verá, allá arriba, la reconfortante presencia de ese camino– remoto, mas resplandecientemente eterno por la presencia de millones y millones de almas”.

Diferentes culturas, diferentes lugares

Hay culturas que también creen que el lugar de la post-muerte se asemeja a nuestro hogar en la tierra. Un lugar donde, al contrario del nuestro, existe paz. Eso hace toda la diferencia, ¿no? Un dictado surge de esta convicción: “La Tierra es el mercado y el Cielo, el hogar”. Para continuar con estas hermosas imágenes, hay tres símbolos muy importantes en las culturas que reflexionan sobre la post-muerte: La LUZ, los ÁRBOLES y la CANOA. La LUZ es una imagen recurrente en todas las culturas. Aparece como una luz poco común, que no es la del sol ni la de la luna. Es la luz de Dios. Este parece ser el camino apuntado por las culturas como contraposición al miedo a la oscuridad. Para muchos, no existe oscuridad en el Cielo, pues Dios es luz. Los escenarios en esta etapa también son decorados con árboles resplandecientes que hacen referencia a los temas de la fertilidad, el crecimiento, el cambio y la plenitud. Igualmente, está la presencia del BARQUITO o de la CANOA, la cual simbólicamente suele ser el vehículo que permite pasar de un mundo a otro.

No obstante, no se puede olvidar a aquellas religiones que hacen énfasis en el juicio, creyendo en la rivalidad entre Cielo y el Infierno. No es únicamente la religión católica la que cree en esto. En la India, los sufíes describen el Cielo con una exuberante belleza, con paredes doradas, ladrillos de plata y el tranquilizante efecto del sonido del agua. Ellos también hablan de la existencia del infierno, un ambiente donde hace un calor impresionante, donde los espíritus se queman en el fuego. Sin embargo, hay algo que está más allá de nuestra comprensión: la ausencia del tiempo y del espacio. Lo que más nos aproxima a esa realidad post-mundo es cuando, en procesos de intuición y creación, sentimos que el tiempo se detiene. Es como si coqueteásemos con la intangible realidad de la ausencia del tiempo y del espacio.

Pocas son las culturas que creen que los espíritus son abandonados a su propia suerte. En la mayor parte de las culturas, los espíritus cuentan con la presencia de ángeles, guías, guardianas y compañeros. No así, de todos estos conceptos, el que nos trae mayor tranquilidad es el que nos hace creer que aquél que se ha ido se encuentra en algún lugar determinado. Esta idea se contrapone a la temible imagen de un espíritu minúsculo, solitario, vagando por el espacio. En todo este mosaico de posibilidades, la noción de viaje con un destino claro posee, en la jornada post-muerte, una fuerte connotación de no-ruptura con la realidad, de un andar provisto de intencionalidad y energía.

La etapa 4 hace referencia al posible RETORNO de esos espíritus a la Tierra. Para una gran parte de las culturas, el regreso es inherente a la partida. Dentro de la muerte se encuentra la semilla del renacimiento. Bajo esta óptica, la cantidad posible de reinos de la realidad se incrementa inmensurablemente: no solamente en la post-muerte, sino también en la vida terrena, el espíritu tiene la posibilidad de recorrer parajes desconocidos y de enfrentar una variedad infinita de experiencias. Para los budistas tibetanos, la reencarnación tiene la función única de garantizar la transmisión de la creencia por el lado espiritual.

¿Se acuerdan de cuando me encontraba con Paulo en las nubes? Mi última experiencia fue diferente. En un ritual espiritual reciente, tuve la oportunidad de bailar con mi hijo. No con su figura de siempre. Sentí que estaba bailando con su espíritu que, en mi percepción, era negro, fuerte y enérgico. Se encontraba en movimiento constante. De vez en cuando, también lograba ver los ojos azules de Paulo. En esa danza, cuyo tiempo no puedo precisar realmente, comprendí que Paulo era mucho más grande de que cuando estaba aquí. Lo miré, bailé con él y, en vez de pensar en él como una pérdida, logré sentir gratitud por haber tenido el privilegio de recorrer con Paulo sus 28 años intensamente vividos al lado de nuestra familia, de la cual siempre será parte y semilla.

Sukie Miller finaliza su libro hablando de ESPERANZA. No podría ser más bonito. Para ella, la esperanza hace parte de la condición humana. Es una expresión de la propia vida que nos permite mirar hacia las infinitas posibilidades y sentir los caminos que traen significado para nuestra existencia. Sin fronteras. Viva la imaginación vital. Viva la esperanza.

[1] Hace referencia al libro “Doña Flor y sus dos maridos”, de Jorge Amado.

[2] Seguramente hace referencia al escritor Joseph Conrad, autor de la novela “El corazón de las tinieblas”.