Inspiração - Bellas Historias, Reflexiones
Hijos gemelos y el proceso de separación
El aumento de casos de embarazo por inseminación artificial trajo una nueva realidad a las Unidades de Cuidado Intensivo neonatales: la lucha por los bebés nacidos prematuramente y la dificultad de tener que enfrentar la alegría de salvar a un hijo y perder a otro. Entrar en contacto con la realidad de algunas madres que se encontraban en esta situación nos dio la idea de detenernos en la especificidad de este proceso de luto.
La pérdida de un hermano ya es una cuestión bastante delicada en sí misma, pues los padres tienen que lidiar con el resto de los hijos, a la vez que tienen que soportar el estar en medio de un proceso de dolor devastador. Sin embargo, perder a un hermano que fue creado al mismo tiempo que uno, compartiendo siempre todos los espacios, hace que este luto tenga algunas características particulares, sin importar cuánto tiempo duró esa convivencia entre ellos ¿Cómo se sienten esos padres cuyo sueño es partido por lo mitad?, ¿cómo será el tener que mirar al pequeño que permaneció y enfrentar el dolor de no ver al otro a su lado?, ¿y cómo será ver la personalidad de uno y no imaginar cómo sería la del otro? La psicóloga Gabriela Casellato, fundadora del Instituto 4 Estaciones, explica algunas cuestiones importantes acerca del cuidado que se debe tener al tratar la cuestión de la gemelaridad en el contexto del luto.
¿Cuáles son las principales características del proceso de luto en el caso de hermanos gemelos?
Gabriela – Desde el punto de vista de los padres, debemos considerar algunas especificidades en lo que se refiere al enfrentar la pérdida en caso de gemelos. El dolor de una pérdida tan inesperada e ilógica genera una inseguridad significativa y una ruptura del mundo que los padres habían planeado. Esto frecuentemente acarrea la sobreprotección del bebé sobreviviente, lo cual puede manifestarse en una forma de protección o, también, en el intento de reparar posibles culpas – reales o imaginarias – sobre la pérdida del otro hijo que no fue posible salvar. Por otro lado, cuando una madre se siente fuertemente afectada por el dolor de la pérdida, la consecuencia puede ser un fuerte sentimiento de desvalorización por parte del hijo sobreviviente, el cual se siente incapaz de apaciguar la tristeza de su madre a pesar de sus inmensos esfuerzos.
Otro riesgo puede ser la reacción contraria a la sobreprotección, es decir, el rechazo o una fuerte reacción que pretende evitar el establecer un vínculo con el bebé sobreviviente, lo cual resulta de un profundo sentimiento de autocrítica e incompetencia por no haber podido evitar la muerte del otro bebé. Los sentimientos de culpa están siempre presentes en las pérdidas, especialmente en pérdidas parentales. En este caso en concreto, la culpa puede representar un fuerte factor de riesgo en el establecimiento de un vínculo con el bebé sobreviviente y en la relación conyugal. Dicha culpa puede manifestarse de diversas formas.
Desde el punto de vista del gemelo sobreviviente, el aspecto más marcado está en la identidad que éste asumió desde el inicio del dúo con su hermano. Esta identidad puede estar basada en aspectos reales o, también, en fantasías o impresiones creadas por los padres a partir de la interacción que presenciaron durante el embarazo o, cuando es el caso, después del nacimiento. Una característica de la experiencia de la gemelaridad es la construcción de una identidad que se forma en comparación con el otro, entre dominante y dominado, agitado y tranquilo, entre otras. En este contexto, el niño sobreviviente tendrá que convivir con ese “rótulo”, siendo comparado con un hermano cuya identidad será perpetuada después de la muerte. La comparación entre hermanos siempre es muy delicada, pero la comparación entre hermano gemelo vivo y hermano gemelo muerto es, sin duda, peligrosa y perversa. La intimidad entre gemelos puede convertirse en un riesgo al momento de tener que enfrentar un luto debido a que la percepción de sí mismo se constituyó siempre dentro de un “nosotros”. Por esto, cuando uno de ellos fallece, se pierde un pilar de la propia identidad que fue forjada a partir de la complementariedad entre hermanos.
¿Qué diferencias ve usted entre el niño que perdió a su hermano en los primeros días de vida (y donde, por lo tanto, sólo existió una convivencia intrauterina) del niño o joven que perdió a su hermano después?
Gabriela – Esta es una pregunta bastante polémica, pues levanta una serie de cuestionamientos acerca de lo que puede memorizar un bebé o sobre la posibilidad de éste de tener o no reacciones psicológicas durante la vida intrauterina o durante los primeros días de vida. No obstante, muchos estudios sobre la cuestión del apego afirman que la relación del bebé con la madre, el padre y con un hermano gemelo comienza en la vida intrauterina, presentando determinados patrones de comportamiento en relación con su ambiente y con estas figuras. Muchos registros científicos comprueban estas afirmaciones. Por lo tanto, vale la pena resaltar que ante la muerte de un hermano gemelo – aun durante la gestación o inmediatamente después del nacimiento -, un bebé reaccionará a la separación y a la discontinuidad de una interacción que, hasta ese momento, fue constante e intensa. Esto hará parte del repertorio de protección y reaseguramiento del bebé sobreviviente. No podemos comparar e igualar el inventario de experiencias vividas e internalizadas por hermanos que convivieron más tiempo, así como tampoco podemos comparar el desarrollo global de una persona que vivió por un tiempo prolongado (lo cual posibilita una mejor aprensión de la realidad). No así, esto no implica que podamos banalizar y ser indiferentes frente al luto vivido por aquellos bebés recién nacidos que han perdido a un hermano gemelo.
¿Cómo prepara usted a los padres para lidiar con esta falta y, en algunos casos, para convivir con la semejanza entre dos niños?
Gabriela- No se trata de preparación, sino de la comprensión y de la aceptación de todas las reacciones iniciales espontáneas. De este proceso inicial nace una relación de cuidado, respeto y fortalecimiento para poder lidiar con la paradoja del dolor de la pérdida y el amor y vínculo que se van consolidando con el hijo sobreviviente. Del constante sentimiento de confusión y desasosiego y de la necesidad de seguir adelante con el hijo vivo, la pareja va avanzando por un camino de resignificación de la pérdida y de la propia historia. Esa pareja oscila entre el enfrentamiento del dolor y todos los sentimientos correlacionados y la necesidad de adaptarse a la vida y a la relación con el hijo que está vivo. Poco a poco, se irá conformando una nueva parentalidad disociada de la gemelaridad. Las semejanzas observadas en el hijo sobreviviente deben ser encaradas con naturalidad, sin exaltación o inhibición. El hijo sobreviviente podrá convivir con la ausencia de un hermano real, pero difícilmente tendrá la capacidad para lidiar con la memoria de un hermano muerto santificado o con un fantasma respaldado por secretos.
Las reacciones de niños pequeños serán mucho más físicas y comportamentales, convirtiéndose así en un desafío más para los padres que ya de por sí están sufriendo. Esto les exigirá realizar un esfuerzo mayor. Es importante tolerar regresiones, comportamientos agresivos, mañas, somatizaciones, así como todas las formas no verbales de expresión del sufrimiento. Es esencial que se abra un espacio para que el niño exprese sus dudas, fantasías y sentimientos tales como el miedo, la culpa y la rabia contra sí mismo, contra el hermano y contra los padres. No hay por qué angustiarse por “solucionar” estas reacciones. La expresión y la comprensión ya benefician bastante al niño. En caso de que surjan preguntas, sean sinceros. Sin embargo, asegúrense de ofrecer respuestas simples, directas y sin rodeos. Si la situación parece ser demasiado difícil, busquen la ayuda de un profesional, el cual podrá asesorarlos y apoyarlos en este momento.
Compartir historias ha demostrado ser una importante herramienta de ayuda para quien escribe, al igual que para quien está pasando por el mismo proceso de luto. Esto permite que la persona sienta que no está sola con su dolor. Por esto, hemos invitado a tres grandes mujeres para que nos cuenten cómo ellas y sus hijos enfrentaron ese proceso. Lea a continuación los testimonios de Cristiane Pereira Heal, Ana Paula Moreira da Costa e Tatiane Martins de Barros.
La historia de Cristiane
“Mommy, ¿por qué el papá del cielo se llevó a Luisita?, ¿cuántos años Luisita tiene ahora? No me cae bien el papá del cielo, ¿no es muy egoísta?, ¿cuántos días estuvimos juntas?”
(Clara, de 6 años, gemela de Luisa)
“Ella pasó los últimos tres años queriendo ver las fotos de Luisa e intentando entender lo que ocurrió con ella. Ella siempre quiso saber cuánto la amábamos a ella y cuánto amábamos a Luisa. Cuando alguien le pregunta si ella no tiene una hermanita, ella responde rápidamente que tiene una hermanita que se convirtió en estrella. Yo nunca quise esconderle a Clara que ella tuvo esa hermanita. Siempre me pareció que ella tenía el derecho a saber, dentro de los límites de lo que su edad le permite absorber. Siempre pensé que esa historia era tan de ella como mía. En algunos momentos me arrepentía, creía que estaba colocando un peso demasiado grande en una criatura muy pequeña. Pero Clara siempre se mostró como una gran compañera. Es como si compartiéramos ese dolor, como si sólo juntas pudiéramos salir adelante. Me doy cuenta de que el tiempo nos está ayudando y de que está colocando los sentimientos de Clara en su lugar, tal como lo hizo con los míos. Ella ya no se pone tan brava cuando ve a otros hermanitos jugando. Parece que el tiempo está calmando el corazoncito de ella, así como lo hizo conmigo. Tal vez el tiempo transformará la estrella de Luisita en una falta que es rica de recordar, permaneciendo distante a pesar de estar cerca. Con el pasar de los años, las conversaciones sobre la hermanita se han vuelto cada vez más raras. Pero alguna vez u otra ella todavía suspira y dice: ‘Mommy, a mí también me gustaría ir al cielo para jugar con ella’. A mí también”.
La historia de Ana
“Mamá, ¿por qué sólo me contaste esto hasta ahora?, ¿por qué Guilherme murió y yo no?, ¿cuántos días vivió?, ¿esa pijama podría hoy ser de él, no es cierto?
(João de 13 años, gemelo de Guilherme y hermano de Gabriela, de 9 años, y Manuela, de 8)
“Fue una fase muy, pero muy difícil para nosotros. Aún hoy, después de 13 años y de tener 3 lindos y saludables hijos, revivir ese momento es muy doloroso para todos nosotros. João luchó por sobrevivir durante 111 días en la Unidad de Cuidado Intensivo del Hospital Einstein. Cuando finalmente llegamos a casa con él, decidimos ahorrarnos otro sufrimiento. También queríamos protegerlo. ¡Era tan pequeño y tan frágil a nuestro lado! Optamos por no contarle sobre Guilherme, pero en el fondo yo sentía que él sabía sobre su hermano, pues él mostraba varias señales de no ser hijo único. En dibujos y juegos, el siempre incluía un hermano a su lado. En su cumpleaños número 3, cuando terminamos de cantar el feliz cumpleaños, João nos dijo: “Ahora vamos a cantarle a mi hermano”. Él siempre fue un niño que pidió la compañía de alguien. Llamaba mucho la atención la necesidad de él de querer tener un compañero, de no estar solo y de pedir claramente la presencia de otra persona a su lado. Me empecé a sentir curiosa, así que me puse a investigar y vi que el niño gemelo realmente tiene esa necesidad de compañía un poco más marcada debido a que, desde su concepción, tuvo que compartir el espacio con alguien. A sus 4 años de edad, nació mi segunda hija, Gabriela. Cuando llegué a la casa, le pedí que me ayudara a cuidar a nuestro bebé. Él me respondió firmemente: “Mamá, ese no es nuestro bebé, ese es mi hermano Guilherme”. Lloré desesperadamente.
De repente todo pasó y logré enfrentar dicha situación con más alegría. A los 7 años sentí que ya era hora de que él supiera. Mientras estábamos sentados haciendo una tarea que trataba sobre la familia, le conté todo naturalmente. Él quedó bastante abalado y al día siguiente me levantó muy temprano, bombardeándome de preguntas. La pregunta que más partió mi corazón fue sobre por qué había sido su hermano, y no él, el que había muerto, sobre por qué él había sobrevivido. Tuvo que pasar bastante tiempo para que João procesara toda esa nueva identidad. Él todavía toca el tema, pero ya es algo que logramos encarar como parte de nuestra historia. Después de Gabriela vino Manuela. Esa es la constitución familiar que nos fue reservada. Vivimos felices.”
La historia de Tatiane
“Mamá, visto que vamos a viajar en avión y que nos vamos al cielo, ¿vamos a poder encontrarnos con Henrique?, ¿mamá, es verdad que cuando alguien muere lo entierran?, ¿será que Henrique también estará viendo lo linda que es la Torre Eiffel?”
(Débora de 8 años, gemela de Henrique y hermana de Rafael, el cual está cerca de nacer)
“¿Cómo le cuenta uno a un niño de 4 años sobre la muerte de otro niño, especialmente cuando ese niño es su hermano gemelo, el cual compartió con él toda su vida desde que estaba en la barriga? Todo parecía impensable, pero al mismo tiempo muy real. Teníamos que lidiar con la situación de la forma que fuera menos perjudicial para ella. No tuve mucho tiempo para elaborar lo que le iba a decir, así que pensé en ser lo más sincera posible, teniendo en cuenta el nivel de comprensión de ella. Nos pareció importante llevarla al velorio para despedirse de su hermano, pero no la llevamos al entierro. La imagen que le quedó sobre toda esa escena es la de un hermano que, acostado en una cama de flores, había subido al cielo.
En esa época, buscamos ayuda de una psicóloga especialista en luto, pues mirar a mi hija sin la presencia de su hermano era como si a ella le estuviera faltando un pedazo. Parecía como si la hubieran amputado. Yo tampoco sabía cómo funcionaba su cabecita. La psicóloga nos aconsejó hablar conforme ella nos fuera cuestionando. Y la curiosidad aparece, sin anticipación, pues el niño resignifica la muerte del hermano hasta la adolescencia. Para mí, esta información fue como una puñalada, hasta que entendí que eso no significaba que ella fuera a sufrir todo el tiempo, sino que cada vez que ella resignificara la pérdida, ella iba a volver a tocar el tema para poder entenderlo mejor. A los 6 años, ella entendió que su hermano había sido enterrado y nos preguntó cómo era ese proceso. Ella insistió estar presente en el entierro de los abuelos como una forma de volver a estar cerca del hermano y de poder ver la placa con su nombre. Siempre respetamos sus procesos, con el apoyo de la psicóloga.
La vida hizo que ella madurara más rápido, enfrentándola a tanto dolor tan temprano. Con apenas 8 años, siento que ella lidia con la muerte de una forma diferente, con resiliencia y con mucha empatía frente a las personas que pasan por esos momentos. El año pasado fue un año muy difícil. Ella cumplió 7 años y yo sentí una gran dificultad para lidiar con la falta del hermano. No sé cómo explicarlo, pero parece que ella entendió y salió de la primera infancia. De repente maduró y fue un proceso difícil para ella. La gemelaridad acarrea una cuestión muy complicada en ese momento. Nuestra familia ya comenzó con dos, no tuvimos un hijo único. Así que el que de un momento para otro tuviéramos una única hija fue algo muy complicado, nos sentíamos siempre incompletos. Desde el hecho de que las personas me preguntaran en la calle si ella era mi única hija, hasta los dibujos sobre la familia en el colegio. Ella nunca quiso pintar al hermano que vive en el cielo y nosotros le respetamos eso. Es en esos momentos que yo revivía el dolor del hueco que quedó en nuestra constitución familiar.
Cuando quedé embarazada de Rafael – que llegará en pocos días -, le contamos a Débora y fue como si le hubiéramos dado un significado diferente a su vida. ¡Parece como si ella hubiera logrado soltarse! Ella me dijo: ‘Mamá, hoy es el día más feliz de mi vida’. Ningún hijo puede reemplazar a otro, pero sé que para ella era importante tener un hermano y no ser hija única. El nombre Rafael significa ‘curado por Dios’ y siento que todos hemos sido curados. Tenemos una cicatriz que no olvidaremos nunca, pero seguiremos adelante. Cuando Henrique se fue, pensé que aunque ya no podría hacer nada más por él, sí podría hacer algo por mi hija. Ella no merecía tener una madre loca. Mi marido y yo nos apoyamos muchísimo y hoy en día mi madre dice que no logra distinguir dónde comienza uno y acaba el otro. La vida cambió completamente, así como nuestros valores. No hay nada que se compare a la pérdida de un hijo y no hay manera de evitar convertirse en otra persona. ¡Lo que hoy llevo conmigo es que tengo que vivir intensamente cada momento porque sé qué significa el dolor de darse cuenta que la vida puede acabarse en cuestión de horas! Leí un texto que decía que el bebé que llega después de un hijo muerto es llamado ‘Rainbow baby’ (bebé arcoíris) porque aunque el arcoíris no niega la devastación causada por la tempestad, éste trae una esperanza. En medio de las nubes puede surgir un lindo arcoíris de esperanza y una nueva alegría. Es eso lo que estamos esperando. ¡Yo creo que puedo ser feliz de nuevo!”