Esse projeto é um convite para quebrar o tabu. Um canal de inspiração e de informação para quem vive o luto e para quem deseja ajudar

251 días sin ti

El mundo que la psicoanalista Silvia Bellintani conocía se desplomó en la madrugada del día 3 de noviembre de 2015, cuando su marido, el periodista Milton Bellintani falleció, de un infarto fulminante. La historia de amor que duró más de 15 años no había llegado al final. Resurge cada día en el repertorio de las cosas más simples y maravillosas de la antigua vida, que ella intenta retomar sola, poquito a poco. Este proceso no es sencillo, es lento, doloroso. En esta bella carta que le escribió a Milton, Silvia habla del valiente reencuentro con las rutas, sabores y rutinas tan familiares de la pareja

Silvia and Milton Bellintani

251 días desde que te fuiste.

Y hoy me he dado cuenta de que no he hecho el registro de las fechas en que he venido retomando algunos de los hábitos más importantes que compartía contigo.

Quizás porque he evitado pensar en este nuevo comienzo.

Quizás porque retomé en el modo piloto automático.

Quizás porque no los he retomado.

Hablo de cosas sencillas, pero llenas de significado.

Los lugares y las cosas hacíamos juntos.

Lugares y cosas que nos eran especiales.

Y que ahora simbolizan la concretización de tu ausencia.

Muchos de ellos los he evitado, los he postergado y, cuando eso no fue posible, me negué a mirarlos.

Me acuerdo claramente del momento devastador en que iba distraída por el shopping y di con la tienda de tu equipo de fútbol, el tricolor. Fue como si te estuviera viendo y, al mismo tiempo, una vez más, no pudiera verte. Tu espantosa ausencia.

Me quedé tan desorientada que tuve que buscarme un sitio y sentarme inmediatamente.

Llamé enseguida a un amigo y pedí ayuda: “No puedo, es insoportable, me siento en un campo minado… y todos los días yo piso en falso, todos los días; por más que trate de evitarlo, hay siempre algún lugar… Todos los días… Hoy estoy haciendo la tonta del campo minado”.

Ha pasado el tiempo y he ido aprendiendo a desviarme de las minas.

Me aprendí el mapa de memoria.

Construí mis programas y rutas basándome en la evitación.

En ese estado defensivo maniaco, apenas me he dado cuenta de que he dejado de ir a lugares que me gustaban. Lugares que me gustaban mucho.

Me acuerdo de una noche, cuando no quise ir con unos amigos al Jardim de Napoli.

El tiempo cronológico de mi “no, gracias” se sumó de forma impresionante a un tiempo lógico en el que me vi a mi misma en una trinchera de pensamientos, que discutían entre si:

– ¡Lugar prohibido!

– Pero los pulpetones que hacen están tan buenos…

– ¡Ni hablar! Ibas con él. No aguantarás.

– Pero es el Jardim de Napoli… No se deja de ir al Jardim de Napoli.

– ¡Que no vas y se acabó! El lugar está siempre tan lleno. ¿Y si te ponen en una de las mesas que él siempre elegía?

– ¿Te lo imaginas? Sería mucha mala suerte.

– Mucha mala suerte no existe; existe mala suerte.

– Pero yo quiero ir, podía intentarlo… Y estaría entre amigos, con tres personas más.

– Sí, sí, con amigos, más fácil aún que “salgas del aire” mientras conversan.

– Venga, va, está bien, ves de una sola vez, pero luego no me vengas a quejarte de que no has podido dormir toda la noche y que te has pasado todo el día llorando.

….

– Sil, ¿Vamos al Jardim de Napoli?

– “No, gracias”.

La escena se ha repetido en las más patéticas variaciones de la heladería, la librería, el parque, el viaje, el concierto, el evento político, el programa de televisión, el partido de fútbol… Hasta que un día, no sé decir al cierto cuándo, por fin, se me ocurrió algo obvio: no puedo permitir que mi mundo quede tan restricto.

Eso es ridículo. ¡Basta ya! Fin. Ya no voy a aceptar que haya sitios prohibidos. ¿Qué más me puede pasar?

Y algo que empezó como una reacción fue convirtiéndose en elaboración.

Al fin y al cabo, si la memoria de esos lugares te incluye es porque están impregnados de tu presencia; y si tú estás allí, mi amor, yo también quiero estar.

– “Mi hogar es donde estás tú”, era una frase que me decías siempre.

Ya está. Tampoco voy a restringir tu mundo.

Ni el mío, ni el tuyo.

Volveré a los lugares que íbamos y volveré a abrir sus puertas para ti.

Y así he ido volviendo al Jardim de Napoli, a la Baccio di Latte, a la calle Normandía, a la calle Nueva York…

Fui a la tienda del São Paulo, tu equipo de fútbol, miré la casa donde viviste cuando eras pequeño, el colegio donde estudiaste, la plaza en que jugabas a la pelota y, por si fuera poco, me atreví a aparcar el coche y caminar por el lugar donde me contaste que habías hecho muchos goles.

– Allá hice yo un gol espectacular.

– (jejeje) Ay, mi amor, ¿que me vas a contar esa historia otra vez?

¡Siempre que pasamos por aquí me cuentas eso!

Puedes aparecerme en sueño y contármelo de nuevo, y de nuevo, y de nuevo…

De a poco vengo retomando hábitos, ahora sin tu presencia a mi lado, pero en el pensamiento y la intención.

Admito que todavía no consigo escuchar algunas canciones.

Canciones son portales del tiempo. Todavía no estoy preparada.

El problema es que eran tantas las que compartíamos que he sido obligada a salir buscando otras nuevas. Y hay tanta basura por ahí.

Ya el cine ha vuelto más rápido a mi vida. Estratégicamente, las primeras veces he ido acompañada, pero luego retomé uno de mis hábitos más placenteros: ir sola al cine. Siempre me ha gustado ir sola al cine, siempre. Me encantaba ir contigo, me encantaba ir sin ti.

Pero, es curioso, después de que te fuiste, hubo un periodo en que tuve miedo de entrar a la sala oscura. No estarías en casa cuando yo volviera. Eso lo cambiaba TODO.

Ahora he vuelto. Y, no por casualidad, pasé a elegir siempre el asiento en el pasillo.

– Mi vida, estoy comprando las entradas por internet; ¿quieres que las compremos en alguna fila en particular?

– Cualquiera del medio hasta el fondo, y que la mía sea la del pasillo; odio sentirme sin espacio.

Yo jamás me sentiría sin espacio, no tengo 1,90m como tú.

Pero hoy elijo el asiento del pasillo y ya está.

¿Por que he decidido contarte todo eso?

El gatillo se produjo hoy, cuando finalmente he vuelto al Parque Ibirapuera.

Recurrí los mismos caminos y atajos, me tomé un helado en el mismo kiosco, hice estiramientos en las mismas barras y, créeme, marqué el horario correcto en la tarjeta del aparcamiento.

– 7h05 son 7h05, y no 7h15.

– Pero, mi amor, nadie que llega al espacio de aparcar a las 7h05 marca los “5” minutos en la tarjeta, no me lo creo.

– Pon 7h05; si está la casilla del 5 es porque hay que marcarla… y 5 no es 15.

– Pufff… no me lo puedo creer… Seré la primera persona de la historia que habrá puesto una X en la casilla del minuto 5.

– Lo cierto es lo cierto. Sin trampas. Venga, va, pon la X en el 5 de una vez el y ya, ¿no te sientes bien?

– No.

Sí, yo nunca he sido fácil.

Siempre me molestaba cuando tenía que marcar el minuto 5 de la tarjeta del aparcamiento.

Pero hoy no…

Hoy quise marcarlo.

Y me he sentido muy bien, pero mucho.

Y agradecí al universo por haberme dado 15 años de memorias increíbles al lado del amor de mi vida.

Al fin y al cabo, 15 años son 5.475 días.

Tantos lugares por redescubrir.

Y pretendo volver a todos ellos.

Aprovechar los días, las horas, los minutos.

Sin trampas.