Inspiração - Bellas Historias, Reflexiones
“Quiero morir en paz. Quiero morirme en la cama, sin dolor, con María a mi lado”
En este 9 de agosto se cumplen 19 años de la muerte del sociólogo Herbert José de Sousa, alias Betinho, uno de los principales guerreros que tuvo Brasil en la lucha por un país más igualitario (él es el creador del proyecto Acción de la Ciudadanía contra el Hambre, la Miseria y la Vida). Betinho fue un guerrero dulce y amoroso, enamorado de su país, de la vida y de su mujer, María – a la cual le escribió una carta de despedida seis meses antes de su muerte. Decidimos reproducir su carta más adelante en este texto.
Betinho convivía con la idea de que la muerte lo acompañaba desde su nacimiento, pues nació con hemofilia, un disturbio genético y hereditario que afecta la coagulación de la sangre y puede provocar varias complicaciones. En 1986, él y sus hermanos, Henfil y Chico Mario, descubrieron que tenían VIH – los tres tuvieron que pasar por constantes transfusiones de sangre y en algún momento recibieron sangre contaminada. Los hermanos murieron en 1989 y Betinho en 1997. Sin embargo, sus ideas y su amor permanecen. ¡Viva Betinho!
“Este texto es para ser leído por María después de mi muerte, la cual, según mis cálculos, no debe demorar mucho en llegar. Es una declaración de amor. No tengo prisa en morir, así como no tengo prisa en terminar esta carta. Regresaré a ella cuantas veces pueda y trabajaré con cariño y cuidado cada palabra. Una carta para María tiene que tener todos los cuidados. No quiero hacer una carta triste, quiero hacer de ella también un pedazo de vida que se materialice a través del recuerdo, el cual representa nuestra eternidad.
Nos conocimos en 1970 en las reuniones de la AP (Acción Popular), en pleno Maoísmo. Había un clima de sectarismo y miedo nada propicio para el amor. Antes de aventurarme, hice algunos sondeos. Parecía que las señales eran bastante alentadoras, a pesar de ser misteriosas. Pero teníamos que comenzar nuestra relación de alguna forma. Fue en el bus de Villa de las Bellezas, en São Paulo. Nos fuimos en dirección al final de la línea, como quien busca un comienzo. Y ahí vino el primer beso, torpe y apretado, pero maravilloso. Un beso público. ¡Rompimos la barrera de la distancia y comenzamos una relación que ya completó 26 años!
El Maoísmo estaba en China, nuestro amor en São João. Era mucho más fuerte que cualquier ideología. Era la vida ardiendo en nosotros, tan sacrificada en la clandestinidad sin sentido y sin futuro. Nos fuimos a vivir a un cuarto con cocina minúsculo, en el fondo de una casa pobre, cerca de la Iglesia de la Peña. Allá únicamente cabían nuestra cama, una mesita, las cosas de la cocina y nada más. ¡Pero cómo hicimos el amor en aquella época! Fue increíble y seguramente nunca más sentimos tanto placer como en ese entonces. Tiempos de plomo, de miedo, de inseguridad. Miedo de día, amor de noche.Así vivimos por casi un año, hasta que todo comenzó a “caer”. Prisiones, torturas, la policía por todas partes, el infierno frente a nosotros. Nos fuimos para Chile. Allá, llamado por Garcés para que escribiese textos, acabé agradando a Allende, el cual usó algunos de mis escritos en sus discursos oficiales. Fue la primera vez que vi al amor convertirse en discurso político… Después pasamos por muchas cosas antes de regresar. Hasta que llegó la amnistía y nos sorprendió. ¿Y ahora, qué hacer con Brasil?Fue un torbellino de emociones: ¡Nuestro sueño se había hecho realidad! Era cierto, Brasil era nuestro de nuevo. La primera cosa que hicimos fue comer todo lo que no habíamos comido en el exilio: angú con gallina a la salsa, candia con carne molida, chuchu con maxixe, ahuyama, cocido de carne y vegetales, feijoada. Un festival de nostalgias culinarias, un reencuentro con Brasil por la boca.Una de las mayores emociones de mi vida fue ver a Henrique surgiendo de dentro de ti. Una emoción sin fin y sin límite que me hizo reencontrarme con la infancia. Después del exilio, nuestras vidas parecían normales. Trabajábamos, viajábamos en nuestras vacaciones, visitábamos a nuestros amigos, el Ibase marchaba correctamente. Hasta la hemofilia parecía haber dado una tregua. Henrique crecía, Daniel se acercaba poco a poco, ahora como hijo y amigo. Pero una tragedia llegaría a ciegas y entraría en nuestras vidas. Estábamos frente a lo que yo nunca hubiese esperado. El VIH. En 1985, surgió la noticia de la epidemia que atacaba a homosexuales, drogadictos y hemofílicos. El pánico era generalizado. Yo, claro, tenía que hacer parte de eso. No bastaba con haber nacido minero, católico, hemofílico, maoísta y medio deficiente físico. Era necesario entrar en la onda mundial, en la plaga del siglo, mortal, definitiva, sin cura, sin futuro, fatal. Y fue ahí que tú, más que nunca, mostraste ser capaz de superar la tragedia, sufriendo, pero enfrentando todo con un gran cariño y cuidado. El VIH selló un amor más fuerte y más definitivo. Desafiaba todo, el miedo, la tentación del desespero, el desánimo frente al futuro. Continuar todo a pesar de todo. El beso, el cariño, la sensualidad. Asumí públicamente mi condición de seropositivo y tú me acompañaste. Nunca pusiste un “pero” ni hiciste un comentario sobre los cuidados necesarios. Me diste la mano y seguiste conmigo como si fueses mi otra mitad, inseparable. Y lo fuiste. Desde los tiempos del cólera, de la no esperanza, de la muerte de Henfil y Chico, pasando por las crisis que bordeaban la muerte, hasta el coctel que reabría las esperanzas. Tiempo corto para describir, pero una eternidad para vivir. Uno de los mayores problemas del VIH es el sexo. ¿Tener relaciones con todos los cuidados o no tener? ¿Todos los cuidados son realmente suficientes o no se debe correr el riesgo con la persona amada? Pasamos por todas las fases, desde el sexo con uno o dos condones, hasta nada de sexo, sólo cariño. Preferí la seguridad total al mínimo riesgo. Paré, paramos. Sin dramas, con carencias, pero sin dramas. Como si fuese normal vivir contrariando todo lo que aprendimos sobre ser hombre y mujer, viviendo la sensualidad de la música, de la buena comida, de la literatura, de la creación, de los pequeños placeres y de la paz. Vivir es mucho más que tener sexo. Pero para vivir eso era necesario que María también sintiese lo mismo y que fuera capaz, como lo fue, de esa metamorfosis. Para hablar de una persona con total libertad es necesario que ella esté muerta. Yo sé que ese será mi caso. Iré a mi entierro sin grandes penas y, principalmente, sin mucho trabajo, cargado. No tengo curiosidad por saber cuándo será, pero sé que no demorará en llegar. Quiero morir en paz. Quiero morirme en la cama, sin dolor, con María a mi lado y sin muchos amigos, pues la muerte no es ocasión de llorar, sino de celebrar un fin, una historia. Siento mucho pesar por las personas que mueren solas o mal acompañadas. Es como morir muchas veces en una. Morir sin el otro es partir de manera solitaria. La mirada del otro es lo que te hace vivir y descansar en paz. Lo ideal es que yo pueda morir en mi cama y sin dolor, tomando un sake helado, un buen vino portugués o una cerveza fría.
Te amo para siempre,
Betinho
Itatiaia, enero de 1997”.