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“Las carcajadas son mi religión”

Después de perder a un gran amor, la actriz, Juliana Araripe, pasó dos años sin sentir nada. Después de lavar su alma llorando a cántaros, y de regreso a su buen humor, aprendió que enamorarse vale la pena, aun cuando la historia no tenga final feliz.

 

Imagem: Alex Silva / AE

En medio de una fiesta, él atravesó el salón y se dirigió hacia mí.

Me miró y me preguntó: “¿Quién eres tú?”

Me enamoré en aquel instante. Paré de sentir mis piernas y fui raptada por lo innombrable. Él también. Justo al mismo tiempo que yo.

Yo era una joven rebelde. Él tenía el doble de mi edad y era el hombre más encantador que yo había visto en mi vida.

Nuestra pasión no se convirtió en amor. No hubo tiempo.

Él fue asesinado y murió en mi vida.

No sé describir lo que sentí. Cuando alguien muere de alguna enfermedad, de cierta manera uno se prepara. De un día para otro, yo me quedé sin piso. Pasé dos años fuera de mí misma. Parecía como si yo no hiciese ya más parte de mi propia vida.

En 2011, tuve un accidente de carro y perdí la memoria. Cuando la recuperé, pasé un mes sin sentir. No sentía. Nada. Amor, rabia, nostalgia, nada. Fui a un neurólogo y él me dijo que esto era común en una situación postraumática.

En mi post-trauma de vida, yo pasé dos años sin sentir absolutamente nada. Justo yo, que había sido tan alegre. Estaba completamente apática. Yo temía que aquello durase para siempre. La pasión de mi vida había muerto en mi historia. Por eso, yo creía que no iba a tener una vida normal, como casarme y tener hijos.

Me quedé de luto, a oscuras.

Un día, me desperté y decidí intentar mejorar. Hice todo lo que estaba a mi alcance para volver a vivir y a ser quien yo era antes. Psiquiatra, terapia, chocolate, chamanismo, shiatsu, golpe de almohadas, terapia primal, viajes, en fin…

En un día lluvioso, me encontré conmigo misma y me rescaté. Lloré a cántaros porque entendí que estaba lista para vivir y sentir de nuevo. Al contrario de lo que yo pensaba, él había muerto, pero yo aún estaba viva.

Volví a dar carcajadas. Las carcajadas son mi religión.

Me enamoré algunas veces más. Me casé, me separé. Me casé, me separé. Me casé y tuve una linda hija. Me separé. Amé de nuevo. Lloré y reí a carcajadas con mis amigos.

Creo que la humanidad se divide en dos grupos: Los que creen y los que no creen.

Yo hago parte del primero.

Todo lo que ocurrió en mi vida me hizo ser quien soy. Yo no cambiaría no haber sentido mis piernas flaquear la primera vez que lo vi, el haberme sumergido en ese viaje, por no haber tenido que vivir todo ese sufrimiento. Sí, toda la pasión es un viaje hacia un lugar único. Hoy en día ya no sufro más por eso, simplemente me emociono por haber tenido la oportunidad de vivir una historia tan bonita.

Tengo casi 40 años y sé cuán difícil es el que alguien despierte ese sentimiento genuino en nosotros, el que alguien logre sacarnos de nosotros mismos. Es por esto que una pasión siempre vale la pena, aun cuando parezca lo contrario. Y si esa pasión puede convertirse en amor, mejor todavía. Como dice Domingos Oliveira: “La pasión es el Himalaya de Dios”. ¿Y cómo renunciar a subir al pico del mundo? El subir implica que en algún momento tendremos que bajar. Quedarse allá arriba es, algunas veces, imposible. Pero, después de un tiempo, entendemos que lo que importa es el trayecto en sí mismo.