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Los rituales de despedida son una colcha de afectos
Los rituales de despedida son fundamentales para la asimilación del luto por parte de la persona que permaneció. Será la última vez que veremos el cuerpo del ser querido y, tal vez, la última ocasión para expresar públicamente el amor y respeto por aquella vida que se ha ido.
No así, una forma más “práctica” y “funcional” de abordar los ritos finales se ha convertido en algo cada vez más frecuente. En la sociedad occidental, las personas creen que pueden llorar sus muertos con “discreción”, de forma privada, tendiendo a subestimar el valor de las ceremonias colectivas. Es como si las personas pensaran que “obligar” a los amigos a asistir a los funerales representa una inconveniencia social en medio de una rutina que es cada vez más acelerada. Lo que está detrás de la eliminación o reducción de estos homenajes y rituales es la propia negación de la muerte y todo aquello que la envuelve. Antiguamente, los muertos salían por la puerta delantera de las casas e iban hasta el cementerio en procesiones que eran reverenciadas en las calles. En el mundo moderno, eso sería inviable, lo cual no justifica la disminución de los ritos fúnebres. Somos una sociedad que celebra la vida como si ésta nunca fuese a terminar, una sociedad que cierra el espacio para que la tristeza interrumpa su ritmo. Desde ese punto de vista, un funeral perturba la agenda. Por lo tanto, éste debe ser breve y, preferencialmente, indoloro.
“Cada vez se vuelve más común lo que yo llamo de ´funeral express´: menos de 24 horas entre el fallecimiento y el entierro o cremación. Lo que no nos damos cuenta es que, actuando de este modo, estamos renunciando a un tiempo precioso para despedirnos de nuestros muertos queridos”, dice la psicóloga Elaine Gomes dos Reis Alves, doctora en el estudio de cuestiones relativas a la muerte y el luto.
Según la doctora Elaine, la visión de “muere hoy y entierra ya” está equivocada. “Yo acostumbro decir que los rituales son una despedida muy poderosa. Es importante que se les otorgue el tiempo necesario con el fin de que las personas amigas y conocidas se manifiesten, reciban a quien sea y oigan lo que las personas tienen para decir”, dice la psicóloga. “El luto constituye una dolorosa confección de una colcha de retazos afectivos, donde cada persona que comparece a los rituales les lleva un retazo de amor a la familia y amigos íntimos. Algunos traen una historia cercana o distante, contando cómo era esa persona en el trabajo. Otros dicen que se encontraron con dicha persona el día anterior, recuerdan las últimas conversaciones, las memorias más queridas y divertidas. En un velorio, cada amigo o conocido les entrega a la familia y a las personas cercanas un pedazo de la historia del fallecido. Esas personas que están enlutadas utilizarán dichas memorias después. Recordarán quién fue, lo que dijo, la historia a la que hizo alusión”, concluye la psicóloga.
Algunas tradiciones religiosas son especialmente admirables por su capacidad para incentivar la celebración colectiva y los rituales de intercambio de recuerdos. En el budismo japonés, por ejemplo, los velorios son organizados como una fiesta en la que el muerto es colocado sobre un palco y rodeado de muchas flores. El palco es decorado con todo tipo de ornamentos y al son de la música, con una foto bien grande de la persona colocada a su lado. “Quien asiste a la ceremonia se coloca ropas especiales, tan bonitas como las que usamos en un matrimonio. Se sirve un banquete y las personas presentes beben el “Sake de la nostalgia”, cuenta la monja budista Coen Roshi. Quien llega al entierro enciende un incienso, una fragancia que ayudará a la persona que murió en su nueva jornada. Los amigos íntimos, y no los familiares – los cuales están demasiado conmovidos para hacerlo – toman el micrófono, se acercan al muerto y le dicen: “Qué triste que hayas muerto, mi amigo, recuerdo cuando hicimos esto o aquello”. Los testimonios prosiguen y cada uno cuenta alguna historia cariñosa, cuenta lo que siente.
Aunque la familia y el mismo fallecido no tengan ninguna creencia religiosa particular (pues no se necesita tenerla para entender el sentido de la vida y de nuestra finitud), los homenajes ofrecidos por los amigos abrazan el corazón del enlutado. Los rituales pueden ser sencillos y paganos. Pueden simplemente reverenciar los lugares y las prácticas que más amaba la persona que ha muerto. El ritual puede ser una fiesta en la playa o lanzar barquitos al mar con farolillos, flores y mensajes de amor. También puede ser una reunión en la casa para tocar sus canciones favoritas y recordar sus historias.
“Los rituales ayudan a la persona a organizarse física y psíquicamente en situaciones de pérdida y muerte”, afirma la Dra. Maria Julia Kovács, profesora y coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre la Muerte de la Universidad de São Paulo. “Los rituales colectivos congregan a las personas de una comunidad y a los familiares enlutados. Éstos estimulan el nacimiento de un sentimiento de pertenencia y acogimiento, promoviendo la construcción de significados en relación a la pérdida. Lo principal es que los rituales tengan sentido para aquéllos que están viviendo el dolor de la pérdida. Es importante, además, que éstos incluyan a los niños, sin olvidar de informarles y explicarles previamente lo que está ocurriendo”, aconseja la especialista.
Todas las formas de recordar y celebrar la vida de la persona que ya se ha ido sirvende herramienta para enfrentar la nostalgia. Una parte de quien se ha ido permanece con nosotros. Es esencial poder compartir con los otros el amor que dicha persona cultivó en vida. Hablar de los muertos y oír los recuerdos de otras personas nos ayuda a pensar en todo lo que esa persona fue y representó en vida. Y, principalmente, nos enseña a preservar lo mejor de ella para siempre dentro de nuestro corazón.