Quero ajudar - Mi Familia, Un Amigo
Más ceremonia, por favor
David Bowie quería ser incinerado sin que se lleve a cabo cualquier tipo de celebración. Muhammad Ali pidió para ser velado ante una multitud de admiradores. Estas dos decisiones radicalmente opuestas tomadas por los propios fallecidos, provocan la pregunta: ¿Cuál es la mejor manera de decir adiós? En un intento por encontrar una respuesta, oímos al experto en luto Doug Manning, autor de varios libros sobre el tema.
David Bowie, fallecido el 10 de enero de este año (advertencia a los lectores del futuro: estamos en 2016), sabía que iba a morir como consecuencia de un cáncer e hizo un plan: dejar un álbum listo para ser lanzado después de su muerte, produjo un clip “inspirado” en la proximidad del final de la vida (Lazarus) y planificó su funeral. Bowie eligió usar el servicio de cremación más barato disponible en el Estado de Nueva York ―cuesta entre 700 y 900 dólares―. Definido en los EE.UU. como “direct cremation” (cremación directa), se realiza sin funeral, sin ataúd y sin la presencia de amigos o familiares. Esta es la opción más rápida y práctica. Y así se hizo.
El boxeador Muhammad Ali también sabía que iba a morir por consecuencia de su enfermedad (tenía Parkinson y murió de una infección generalizada, sin causa explicada, el 3 de junio, a los 74 años). Al igual que Bowie, dejó instrucciones sobre cómo debería ser su propio funeral. La ceremonia fue celebrada en un gimnasio en Louisville, Kentucky, su ciudad natal, y fue abierta a los admiradores a través de la distribución de 15.000 entradas. Fueron invitados a discursar amigos, parientes y líderes de diferentes religiones. Muhammad Ali también trazó el recorrido de la procesión funeraria que debería cubrir parte la ciudad pasando por los lugares más importantes de su propia historia. Y así se hizo.
Bowie y Ali representan dos tendencias opuestas de comportamiento: ignorar la muerte vs personalizar la partida. Cito estas dos experiencias tan diferentes de despedida para señalar que en nuestra cultura narcisista, adoradora del espectáculo y con aversión a la tristeza, no cabe más la muerte como es (o ha sido). Hay que reinventar el morir. Y entre una opción y otra, defiendo que es mejor poner una dosis de vida en la muerte, que no necesita ser apenas el punto final y puede, de hecho, ser el punto de partida para una nueva historia, que será contada por las personas que se quedan.
Motivada por estas ideas, comparto aquí lo que aprendí durante mi convivencia con el americano Doug Manning, un “señor-ángel” que tuve el privilegio de conocer. A lo largo de su vida, Manning fue ministro de la iglesia Bautista, consejero, trabajó en funerarias y escribió decenas de libros sobre el luto.
Con su voz tranquila y cálida, me dijo que trataba de mostrar a las personas que han perdido a alguien que el funeral debe ser valorado porque es el espacio legítimo para el llanto y el dolor ―para concretar la pérdida―. En base a su experiencia, Doug define que la ceremonia del adiós tiene cinco valores:
- El valor de la seguridad
Las personas necesitan de permiso para el luto. Y es difícil conseguirlo. Parece que siempre hay alguien cerca tratando de “quitarnos” nuestro luto ―”el tiempo te va a curar”, “necesitas reaccionar”, “hace tiempo que no sales de casa”, “él está en un mejor lugar” y así sucesivamente―. Para permitirnos el luto necesitamos de “personas de seguridad” y “lugares de seguridad”. Lo mejor que se puede decir a alguien en duelo es: debe doler mucho (de hecho, esta frase sirve para cualquier otra condición de pérdida o dolor, una enfermedad, una separación, una caída). La frase se encaja perfectamente en la situación de quien la recibe y si es dicha de corazón es pura empatía. Aquellos que dicen cosas así son las “personas de seguridad”, las que ofrecen los oídos para oír y los brazos para acoger.
Por otro lado, los “lugares de seguridad” son aquellos donde se permite hablar de la persona que se fue, llorar y tomar el tiempo que sea necesario para este sentimiento. El primer lugar de seguridad es el funeral. Aquí el llanto es libre, el dolor es de todos y la presencia de amigos y familiares sosiega el alma.
2. El valor de la participación
Vestir al difunto, decorar la sala, cargar el féretro, leen un texto, prender una vela. La participación de la familia y de los amigos es importante en el proceso del adiós porque, después del funeral, no habrá otra manera de experimentar el dolor de forma tan colectiva. Cuando el funeral no se produce, todos los beneficios de la participación quedan indisponibles para la familia y amigos. El funeral es un evento de curación y parte de la curación proviene de la participación de los que nos rodean. La sensación que queda en de pertenencia.
3. El valor de los símbolos y de la ceremonia
En nuestros esfuerzos de actuar de modo que todo pase lo más rápido posible, se confiscan expresiones significativas de amor. ¿Imaginen cómo sería si la princesa Diana no hubiese tenido toda esa celebración en su funeral? Las calles de Londres repletas de flores para ella, cada una era una pequeña muestra de amor y dolor. No todas las ceremonias son grandiosas como aquella, pero todas tienen el mismo significado y la misma importancia. El funeral y sus símbolos asumen el papel de las palabras que no salen, de los sentimientos que no conseguimos traducir.
4.El valor de la realidad
La muerte ocurrió, y esa es la realidad. No hay manera de convertir el funeral en una celebración de la vida apenas e ignorar el hecho de que un ser querido ya no está aquí. En la muerte de Ayrton Senna, la procesión fúnebre seguida por una multitud de personas por las calles de Sao Paulo ayudaba a “caer en la realidad” de esa noticia tan increíble, junto a las numerosas manifestaciones que celebraban su vida y sus logros. Muchas personas creen que es mejor despedirse viendo los buenos recuerdos, porque ver al difunto puede ser demasiado impactante. Aquellos que evitan entrar en la sala del velorio ―y que merecen respeto por su opción― vale la pena recordarles que la realidad duele, pero en cuando no sea encarada no habrá ningún progreso en la jornada del luto. Como muchas cosas en la vida, el camino más fácil puede ser el más difícil a largo plazo. Mientras se intenta escapar de la realidad, queda un espacio abierto a la imaginación que puede ser mucho más aterrador que la misma realidad. Muchas familias impiden a los niños de participar en los funerales. En esos casos es común escuchar, a lo largo del tiempo, niños diciendo “el abuelo se ha ido de viaje y no se despidió de mí”, “mi mamá se ha ido, me abandonó”. Tener el cuerpo presente da concreción al dolor y ayuda en el proceso de elaboración.
5. El valor del significado social
Cuando algo nos sucede lo primero que queremos y necesitamos hacer es establecer el significado. Contar las noticias, sean buenas o malas, no necesariamente es una búsqueda por empatía, sino una respuesta natural que todos tenemos para cosas que nos causan alegría o dolor. Necesitamos contar para dar sentido al hecho, simbolizarlo. El significado social es quizás una de las principales razones para realizar un funeral. Nos unimos en el funeral o entierro / cremación para que nuestros amigos y familiares nos muestren lo mucho que la persona significaba para ellos y viceversa. Una querida amiga, aquí de VFSOL, me contó que fue muy importante el contacto con las personas que fueron al funeral de su padre. Tuvo mucho significado saber cuánto se quería a su padre y cuántas personas se importaban con él (y con ella). Desde entonces, no falta a ningún velorio o funeral porque sabe lo mucho que significa su presencia.