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Enseñando a morir (parte 2)

Delante del fin, sólo lo esencial tiene importancia y todo el resto desaparece. En la segunda parte de la entrevista con la médica Ana Cláudia Quintana, ella nos cuenta cómo trabaja por rehacer y rescatar los lazos de la familia del paciente que está a punto de morir.

En la segunda parte de la entrevista con la doctora Ana Claudia, ella habla sobre los misterios y miedos más comunes con respecto a la muerte. Lea la primera parte de la entrevista aquí. A partir del próximo lunes, podrá acceder a la tercera y la última parte.

Usted nos dijo que siempre les pregunta a sus pacientes sobre qué es lo que más temen en relación con la muerte. ¿Cuáles son las respuestas más comunes?

Las personas tienen miedo del dolor físico, de sentir un dolor insoportable. Existe también el miedo a ser olvidado o a no haber hecho todo lo que se hubiera querido hacer. Miedo a que la vida no haya valido la pena.

El miedo a lo que pueda venir (o no venir) después de la muerte también debe ser muy frecuente, ¿no es así? Un miedo frente a lo desconocido.

Las personas suelen decir que tienen miedo de todo lo que implica el “después” o el “durante”. Hay una canción de Gilberto Gil que es excelente y que dice así: “Yo no le tengo miedo a la muerte, yo le tengo miedo es a morir, pues en la muerte yo ya no estaré más, pero en el morir no sé lo que va a ocurrir”. Es al proceso de morir a lo que las personas le temen.

El paciente de cuidados paliativos pasa por la experiencia de vivir el luto de su propia muerte…

Sí. El mayor luto es el de él, no el de la familia. Él se despide de todo y de todos, mientras que cada persona de la familia sólo tiene que despedirse de él. Es un luto inmenso, vivido cuando todo el mundo está en su propio mundo, intentando protegerse del dolor. Este tipo de luto, experimentado cuando la persona aún está viva, se llama luto o duelo anticipatorio. El duelo anticipatorio favorece el proceso de recuperación de la familia después de la muerte del pariente.

¿Cómo trabaja usted el duelo anticipatorio con los parientes del enfermo?

Primero, debo tener autorización de alguien de la familia para poder entrar a lidiar con eso. El hecho de que yo ya esté dentro de esa situación significa que alguien ya abrió esa posibilidad. Yo comienzo por preguntarle a cada miembro de la familia cómo está haciendo frente a la experiencia de la enfermedad. Por ejemplo, si una hija habla de que ella cree que el papá va a superar el problema, yo la acompaño en el camino que ella misma creó para intentarle mostrar el proceso de empeoramiento. Así hablamos de cada etapa y yo le voy preguntando si ella percibió que, a lo largo de los años de tratamiento, las cosas se fueron transformando negativamente. Ahí le pregunto: “¿Cómo crees que está tu papá?”. En ese momento, normalmente la persona llora porque se coloca en el lugar del otro y ve que las cosas no están nada fáciles para él. Cuando la persona se conmueve, la posibilidad de la muerte se vuelve algo consciente.

¿El duelo anticipatorio es mejor que el luto que toma por sorpresa a una persona que se ha rehusado a ver la situación?, ¿cómo esa “experimentación” de la muerte facilita el proceso de enfrentar la realidad?

En el duelo anticipatorio, usted puede experimentar la muerte contando con la presencia de quien va a partir. Por lo tanto, usted revierte muchas cosas que acabó perdiendo a lo largo de una relación. Supongamos que, en el caso que cité anteriormente, esa hija reconozca que el padre va a morir y me diga: “Ok, entiendo, ¡pero yo no puedo vivir sin él!”. Ahí es cuando yo digo que el padre va a volverse invisible, pero que continuará siendo padre para ella. Nunca va a dejar de serlo. Todo lo que él le enseñó a esa hija va a continuar en ella, no va a ser enterrado con él. A partir de esa conversación, la persona comienza a observar su realidad con la mirada de quien se despide, analizando lo que quiere hacer. Va a la cama del papá y le dice: “Te amo”. Cuando la muerte llega y la persona no se despidió, ella se cuestiona y se lamenta: “Ay, si yo hubiera sabido… le habría dicho que lo amaba”.

vamos falar sobre o luto
Ana Cláudia Quintana Arantes comparte sus aprendizajes en un encuentro con ¿Y si hablamos del luto?, llevado a cabo en junio de 2015.

De cierta manera, usted acaba en muchos casos conduciendo procesos de terapia colectiva… ¿Cómo lidiar con situaciones en las que hay conflictos graves que deben ser resueltos dentro de un espacio de tiempo que suele ser breve?

Quien determina el tipo de tratamiento es el tiempo. Si el cuadro clínico es medido en semanas, entonces el tratamiento es medido en semanas también. Si es cuestión de días, el tiempo se reduce y la frecuencia de las visitas se incrementa en la medida en que la situación se agrava.

Pero, ¿cómo trabajar cuestiones tan complejas, cuestiones que normalmente necesitarían años de terapia, en una situación que exige urgencia?

En mi ambiente de trabajo paliativo, yo tengo la oportunidad de rescatar vínculos y rehacer lazos… Yo suelo decir que exploto una granada y que esa explosión libera muchas cosas. Es otro tipo de explosión en la cual emerge la esencia de la vida. Delante del fin, sólo lo esencial tiene importancia y todo el resto desaparece. Se vuelve más fácil lidiar con lo que es realmente relevante. Aquél que se está yendo percibe que debe ejercer al máximo el estado más sublime del ser humano, el de la amorosidad. El ser humano pasa la vida escondiéndose para no demostrar amor. Es precisamente cuando va a morir que la persona se convierte en quien realmente es. Las personas dicen: “Ah, el viejito está ahí abandonado, pobre, nadie quiere verlo”. Entienda, el viejito no es un santo. Tal vez durante su vida él no haya sido una buena persona ni haya desarrollado vínculos de calidad, lo que ha implicado que se quede solo al final. A mí esto no me incumbe, pues yo me encuentro con esa persona en un momento de transformación. Yo puedo amarla por la relación que se establece entre nosotros en dicho momento. Puede ser que el vínculo que la persona construyó con su familia nunca se recupere… Sin embargo, lo que me ha enseñado la experiencia es que la última impresión es la que permanece. Su padre fue un desgraciado, pero al final de su vida se acercó a usted, fue cariñoso y cambió la forma de relacionarse… ¡Él se convierte en el mejor papá del mundo!

¿Es cierto que las personas suelen presentar una mejoría repentina un poco antes de morir?

La persona se mejora para despedirse. Ese estado de amor en el que entra la persona cuando la muerte se acerca hace que todo funcione bien. Hay una teoría de la antroposofía que compara el estado de la amorosidad con el pH de la sangre… Cuando la persona entra en este estado, ella presenta una mejoría para poder perdonar, abrirse y dejar una buena impresión.

¿Y aquella historia en la que las personas esperan a que algún pariente llegue para poder despedirse y sólo ahí se permiten morir?, ¿eso ocurre con frecuencia?

Ya ocurrió algunas veces. Yo cuidé a una mujer durante seis años en el hospital y creé un vínculo muy fuerte con ella. Yo me soñaba con ella y, al día siguiente, nos reíamos juntas cuando yo le contaba mi sueño. Yo la molestaba: “Usted no me deja en paz ni de noche, ¿ah?”. Una vez soñé que ella llegaba a la casa con todos los colgandejos del hospital y parecía perfecta. Conversábamos, tomábamos café… Era divertida la relación que teníamos en mi inconsciente.

Durante esos años, hubo unas cinco o seis veces que pareció que ella iba a morir. La familia llamaba al sacerdote, pero yo misma nunca sentí que ella fuese a partir en aquel preciso momento. Y ahí hubo un período en que ella empeoró y yo soñé que ella llegaba a mi casa, me abrazaba y mencionaba el nombre de su hermano en tono de preocupación. Ese hermano, que era médico, había tenido mucha dificultad en aceptar la situación de ella. Él decía que la hermana había muerto años atrás, el día que sufrió el accidente que la dejó hospitalizada. Que todo el sufrimiento por el que ella estaba pasando no tenía ningún sentido. Él no lograba lidiar con ese sufrimiento.

Después de ese sueño, yo lo llamé y le dije que necesitábamos hablar. Su agenda estaba llena, así que nos pusimos una cita a las 10:30 de la noche. Él llegó con esa cara de “¿qué pasó?”. Yo le dije: “Lo que ocurre es lo siguiente, usted necesita hacer algo que no ha hecho todavía y es despedirse de su hermana”. Él respondió: “¡Pero si ya lo hice!”. Insistí: “No, no lo ha hecho. Va a agarrar una botella de vino, va a emborracharse y va a ir a hablar con su hermana. Ella sólo va a irse cuando usted le asegure que ella se puede ir y que usted va a estar bien. Ella duda de eso y yo tengo la completa seguridad de que ella no se ha ido precisamente por ese motivo”. Él me preguntó: “¿Pero Ana, que tiene que ver eso?”. Yo le respondí: “Después de seis años, yo ya tengo la intimidad necesaria para tener esta conversación con usted. No tengo ni idea qué tiene que ver, ¡yo simplemente sé que tiene que hablar con ella hoy!”. Él fue a hablar con ella y regresó a casa casi a media noche… A la una y pico de la mañana, la esposa me mandó un mensaje diciendo que él había llorado como un niño de 10 años. Lloró muchísimo, lo que no había hecho desde el accidente. Mi paciente murió un poco después de eso. Ese día, llegué para leer el testamento y ella estaba linda, linda, linda, parecía un ángel. Él estaba en el cuarto, se me acercó, me abrazó y me dijo al oído: “Le tengo miedo, ¡usted es una bruja!”. Yo le respondí sonriendo: “¡No me haga preguntas difíciles!”. Mi trabajo me hizo aceptar los misterios que hacen parte de la vida.

(Vea la conferencia TED de la Dra. Ana Cláudia y lea la tercera parte de la entrevista la próxima semana)