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La muerte que vale vivir

El libro de la médica gerontóloga Ana Claudia Quintana Arantes es un relato franco, sensible e inspirador de su experiencia de cuidadora de quien está muriendo. La muerte es un día que vale la pena vivir, es una lección de coraje y empatía.

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La sensación es familiar para cualquiera que vive o haya vivido la pérdida de una persona muy cercana. Usted está en algún ambiente de fiesta, conversa animadamente con un grupo de personas y luego alguien pregunta, sin saber que fallecieron, sobre su padre, madre, hijo o esposo. Cuando usted responde que esa persona querida murió, es como si un rayo helado congelase las expresiones y sonrisas de todos alrededor. Nadie sabe muy bien qué decir, ensayan un “lo siento”, “disculpe”, “mis condolencias” y luego, con la misma sonrisa congelada se van alejando y buscando otra rueda de conversación. La gerontóloga Ana Claudia Arantes, especialista en Cuidados Paliativos comienza su libro La muerte es un día que vale la pena vivir (Editora Casa de la Palabra), describiendo exactamente esta escena. Sin embargo, en su caso, la fuente de vergüenza no es el luto personal, sino su profesión. Cuando alguien le pregunta lo que hace, responde que es médica. La pregunta frecuente que sigue es: “¿cuál es tu especialidad?” Ella responde: “cuido de personas que mueren“. Sigue un silencio profundo. Hablar en muerte en una fiesta es impensable, escribe. “La atmósfera se hace tensa (…) Algunas personas miran hacia otro lado, buscando un agujero donde les gustaría esconderse (…)

Es sobre experiencias como ésta, y sobre su densa, profunda y sensible experiencia de médica cuidadora de personas que están muriendo, que Ana Claudia escribe. Con mucha franqueza, riqueza de detalles y emoción. Comenzando con la explicación del significado de cuidados paliativos y de su importancia frete a este destino que es, después de todo, el de todos nosotros: la muerte. Aunque no nos guste el tema, todos vamos a morir y cuanto más nos preparamos para la idea, mejor partiremos. Este es el gran aprendizaje del libro: cómo ayudar a alguien (y a nosotros mismos en algún momento) a morir.

El libro trata de las dimensiones físicas del fin, de la búsqueda del consuelo y control del dolor y de la importancia de mantener la conciencia sin sufrimiento de quien está partiendo. Y, por supuesto, habla de los aspectos espirituales y psicológicos, de las muertes simbólicas, y de la vida después de la muerte: El duelo de quien se queda.

Separé algunos fragmentos del libro que hablan especialmente de nuestro tema aquí, el luto.

La persona que muere no lleva consigo la historia de vida que compartió con los que la conocían, y para quien se hizo importante a lo largo de su vida.

El dolor del luto es proporcional a la intensidad del amor vivido en la relación que se ha roto por la muerte, pero también es a través de este amor que conseguiremos reconstruirnos.

Cuando perdemos definitivamente la conexión con alguien importante, alguien que para nuestra vida representó un parámetro de nosotros mismos, es como si nos privásemos de la capacidad de reconocernos a nosotros mismos.

Lo qué más hará falta en la muerte de alguien importante es la mirada de esa persona sobre nosotros, porque necesitamos del otro como referencia de quién somos. Si la persona que amo no existe más, ¿cómo puedo ser quién soy?

Cuando muere un ser querido e importante, es como si nos llevaran a la entrada de una cueva. En el día de la muerte entramos en la cueva y la salida no es por la misma abertura por la que entramos, puesto que no vamos a encontrar la misma vida que teníamos antes. La vida que será conocida a partir de la pérdida nunca será la misma que cuando el ser querido estaba vivo. Para salir de esta cueva del luto es necesario cavar la propia salida.

En esencia, el luto es un proceso de profunda transformación. Hay personas que pueden transformar nuestra temporada en la cueva en un período menos doloroso, pero no pueden hacer el trabajo por nosotros. La tarea más sensible del duelo es restablecer la conexión con la persona que murió a través de la experiencia compartida con ella. La conturbación, el miedo, la culpa y otros sentimientos que contaminan el tiempo de tristeza acaban prorrogando nuestra estadía en la cueva y nos puede llevar a espacios muy sombríos dentro de nosotros mismos.

Es mágico como el dolor desaparece cuando aceptamos su presencia. Veamos al dolor de frente, tiene un nombre y un apellido. Cuando reconocemos este sufrimiento, a menudo se encoge. Cuando lo negamos, se apodera de toda nuestra vida.

Vale la pena ver la conferencia del mismo nombre que la médica dictó en 2012, en un TEDx