Inspiração - Reflexiones
El imaginario de lo inimaginable
El mes pasado, la muerte del actor Domingos Montagner realmente me conmovió. Me entristeció profundamente la tragedia en sí misma, así como los chistes sumamente malvados en las redes sociales que sacaron a la luz los estereotipos y tabús que todavía rodean el luto. Tras la entrevista dada por Camila Pitanga para el programa Fantástico, comenzaron a surgir muchos comentarios sobre su apariencia y su estado emocional: “Pero que fría”, “Esa mujer debería estar en la cama, acabó de ver morir a su amigo”, “¿Cómo alguien logra estar bien para dar una entrevista después de pasar por una cosa así?” …Toda una serie de juicios y prejuicios sobre cómo debería estar y comportarse una persona que acabó de vivir una pérdida. Como si el luto fuese algo previsible, como si tuviese un protocolo.
Esa reacción – la cual está directamente ligada a un imaginario colectivo equivocado sobre lo que es el luto – parte de la base de que el duelo y el dolor se manifiestan a través del desespero y el descontrol. La muerte es una situación “tan absurda” que, automáticamente, lo que se espera es que haya una reacción igualmente “absurda” y una actitud totalmente fuera de lo normal, desprovista de cualquier tipo de control emocional. Arrancarse el cabello, gritar, enfermar y desmayarse son algunas de las acciones relacionadas con ese imaginario.
Y ese imaginario, esa proyección sobre lo que se debe hacer, no abarca únicamente a las personas cercanas. Es de esa misma forma que nos imaginamos cuando nos colocamos en la situación de quien ha perdido a un ser querido: “Yo no lo soportaría, tendrían que llevarme cargada al velorio”, “Yo no lograría tener ese control, estaría gritando desesperadamente” … Es precisamente ahí que está la trampa. El luto es inimaginable. Lo que se siente y lo que éste produce es completamente diferente de todo aquello que ya fue imaginado – y presentado como sinónimo de luto y de dolor. Muchas veces, esto acaba generando un auto-cuestionamiento por parte de la persona que vive el luto, la cual no se reconoce en sus propias reacciones: “¿Qué estoy haciendo aquí en el velorio conversando?, ¿será que soy una persona fría?”, “¿Por qué no estoy lo suficientemente triste como para no lograr mantenerme de pie?”. Esto también produce juicios totalmente errados por parte de quien observa esas reacciones: “Ella estaba muy bien, estaba hasta conversando”.
Este tipo de situaciones lo único que hacen es convertir esta experiencia delicada en un momento aún más difícil. Ellas podrían ser evitadas con más información y apertura sobre el asunto. Por esto, ¿Y si hablamos del luto? insiste tanto en este punto, en la importancia de respetar el luto de cada persona y en comprender que no existe una regla común ni un manual o protocolo para estas historias. Cada uno vive su pérdida a su manera.
Para concluir, presentamos una cita de la obra de Joan Didion que tiene mucho que ver con el texto de hoy:
“El dolor de la pérdida nos resulta un lugar desconocido hasta que llegamos a él […] Cuando anticipamos el funeral nos preguntamos si lograremos “superarlo”, si lograremos estar a la altura de las circunstancias: “¿Seré capaz de saludar a las personas? ¿Lograré superar la escena? ¿Ese día seré capaz de vestirme siquiera?” No tenemos cómo saber que ese no será el problema. No tenemos cómo saber que el funeral en sí mismo será anodino, una especie de regresión narcótica en la que nos encontramos envueltos por el cariño de los demás y por la gravedad y significado de la ocasión. Tampoco podemos saber de antemano cómo será la interminable ausencia que le sigue al hecho en sí, cómo será el vacío, la absoluta falta de sentido y la inexorable sucesión de momentos en los que nos enfrentaremos a la experiencia del sin sentido – es ahí que reside la diferencia fundamental entre cómo imaginamos el dolor y como lo es en realidad.”
Joan Didion, El año del pensamiento mágico.