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“El momento presente es siempre una ficción”

En sus últimos meses de batalla contra el cáncer, el médico psiquiatra, Flavio Gikovate, propuso interesantes reflexiones sobre la imprevisibilidad de la vida, la serenidad y sobre lo que significa ser fuerte. Este es nuestro homenaje a él.

 

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Hace menos de una semana, Flávio Gikovate – médico psiquiatra, psicoterapeuta, conferencista y escritor – se despidió de todos nosotros. No obstante, él cuenta con el privilegio de los escritores de ver su vida eternizada a través de su obra y sus pensamientos. El privilegio es nuestro, Gikovate, por poder continuar bebiendo de sus textos, videos e inspiraciones que tratan sobre la vida, el amor, la libertad, la felicidad y todas esas cosas que marcan la diferencia en nuestra vida.

Gikovate me hacía reflexionar mientras me reía. Eso era divertido. Cuántos domingos no pasé en la carretera de regreso de São Francisco Xavier a São Paulo, cruzando los dedos para que la radio “agarrara” señal y yo pudiera pensar y reír con él.

En su jornada de 73 años, Gikovate continuó siendo relevante en un mundo pautado por la transformación. Él sobrevivió a todos los cambios porque eligió hablar sobre el amor. Eligió compartir aprendizajes en lo que se refiere a la autonomía emocional, el autoconocimiento, la autoestima, la individualidad y la libertad. Es por esto, Flávio, que creo que usted continuará siendo una gran inspiración, independientemente del nivel tecnológico que la humanidad pueda alcanzar. ¡Gracias por todos los domingos, usted me ayudó mucho!

“La nueva forma de amor, o de más amor, tiene un nuevo aspecto y significado. Esta nueva forma busca el acercamiento de dos enteros y no la unión de dos mitades. Esta nueva forma de amor sólo es posible para aquéllos que logran trabajar su individualidad. Cuanto más competente sea un individuo para vivir sólo, más preparado estará para mantener una buena relación afectiva”.

(Flávio Gikovate, 1943 – 2016)

En sus últimas publicaciones online, y ya consciente de su enfermedad y del final que se acercaba, Gikovate nos obsequió estas sabias reflexiones sobre la serenidad, la fuerza y la imprevisibilidad.

Lea los textos a continuación:

 

¿Qué es la serenidad?

El término “serenidad” suele estar asociado a más de un significado. El primero de ellos tiene que ver con la capacidad que tienen algunas personas para lidiar con situaciones adversas – especialmente aquéllas que no dependen de nosotros -con docilidad y tolerancia. Muchas veces nos angustiamos y perdemos la serenidad cuando nos sentimos presionados por expectativas que nosotros mismos producimos en relación a nuestros propios proyectos. Es necesario tener cuidado para que nuestros planes para el futuro, nuestros sueños y nuestras esperanzas no se transformen en pesadillas y fuentes de tensión y decepciones. Las personas que hacen planes más realistas suelen sufrir menos y se acercan más a la serenidad.

La serenidad corresponde a un estado espiritual en el cual nos encontramos razonablemente en paz, conciliados con lo que somos y con lo que tenemos, con nuestra condición de humanos falibles y mortales. Es claro que todo esto depende de que hayamos alcanzado una evolución emocional, e inclusive moral, apropiada: no conviene que nos comparemos con lo que son o lo que tienen otras personas. No es bueno sentir rabia por no ser exactamente como nos gustaría. Al reconciliarnos con nuestras limitaciones, podemos aprovechar, de la mejor manera posible, las potencialidades que tenemos.

Un aspecto que considero muy importante en lo que respecta a la serenidad es la capacidad de los individuos para lidiar con el tiempo. Un ejemplo de esto es la agitación que se apodera de muchas personas cuando, atrapadas en el tráfico, no logran llegar a tiempo a una reunión determinada. A pesar de que el atraso no sea culpa de ellos, esas personas sufren e, inclusive, se sienten culpables por lo que está ocurriendo. Llegan al lugar sin aliento y se demoran en recuperarse de un problema que, por regla, no tiene la menor importancia.

Otra particularidad de esa dificultad de lidiar con el tiempo, propia de la mayoría de las personas, tiene que ver con la condición de una persona que espera un acontecimiento: el resultado de un examen que definirá su aprobación – o no – en un concurso, la nerviosa expectativa frente al resultado de un examen médico que dirá cuál es la condición de su salud. Saber esperar es una de las virtudes más raras que he conocido. Es esta virtud la que, con certeza, contribuye enormemente para que una persona desarrolle ese estado de calma correspondiente a la serenidad. Porque la verdad es que, de cierta forma, estamos continuamente esperando eventos que influenciarán nuestras acciones futuras.

El momento presente es siempre una ficción: vivimos entre los recuerdos del pasado y la esperanza de los acontecimientos futuros que buscamos alcanzar más o menos activamente. La regla es que estemos buscando lograr algún objetivo, que lo persigamos con determinación y persistencia. La mayoría de las personas se siente muy triste cuando se encuentra sin proyectos, simplemente disfrutando los placeres momentáneos que sus vidas les ofrecen. Somos muy poco competentes para vivir el ocio. Ese estado de no querer nada, de no estar buscando nada- y que los antiguos filósofos consideraban sumamente creativo- suele generar un estado de ánimo que llamamos de “tedio” y que no deja de ser una forma muy peculiar de depresión. Es en el tedio que nos preguntamos sobre el sentido de la vida. Como no tenemos cómo responder a esta pregunta, nos deprimimos.

De cierta forma, hacemos todo lo posible para huir del ocio y del tedio que le viene acompañado. Inclusive en el período de vacaciones – las cuales percibimos como merecidas por haber sido capaces de producir bastante -, tenemos que buscar una ocupación: abandonamos nuestros habituales quehaceres y nos entretenemos visitando lugares que no conocemos, practicando deportes exigentes, leyendo… Aquéllos a los que no les agradan esas otras ocupaciones, tienden a hacer uso excesivo del alcohol o de otras drogas. La verdad es que pocas personas logran mantenerse en paz en un período prolongado de inactividad.

Por otro lado, perseguir objetivos con obstinación y angustia por alcanzarlos lo más rápido posible también representa un obstáculo para la serenidad. Perdemos la serenidad cuando andamos muy despacio, cuando nos acercamos al ocio – que nos lleva al tedio y a la depresión- y cuando nos angustiamos por el afán de alcanzar rápidamente nuestras metas. De nuevo: la sabiduría, la virtud, están en el intermedio, en aquello que Aristóteles llamaba de templanza: cada individuo tiene una “velocidad ideal”, de manera que, si dicho individuo avanza más despacio que su velocidad ideal, éste tenderá a deprimirse. Por el contrario, si la persona anda mucho más rápido que dicha velocidad, ésta tenderá a sentirse muy ansiosa. De poco sirve el comparar nuestra velocidad con la de los otros, puesto que sólo nos sentiremos bien cuando estemos en nuestro ritmo, independientemente de cuál sea. Conocerse a sí mismo implica, entre otras cosas, conocer la velocidad en la cual nos sentimos cómodos, logrando caminar con competencia y serenidad.

Texto publicado el 5 de julio.

 

Una persona realmente fuerte

Solemos oír que una persona es fuerte, que tiene carácter fuerte, cuando ésta reacciona con mucha violencia a situaciones que le molestan. Es decir, la persona con temperamento fuerte sólo está bien y tranquila cuando todo ocurre exactamente de la manera que ella lo desea. En el caso contrario, su reacción es explosiva y sus estallidos suelen provocar miedo en las personas que la rodean. Tal vez esas personas son responsables por llamar al explosivo de fuerte, porque terminan sometiéndose a su voluntad. Ese individuo es fuerte porque logra imponer su voluntad, casi siempre debido al miedo que sienten las personas frente a su descontrol agresivo, así como a su capacidad para hacer escándalo.

Si reflexionásemos con mayor profundidad, percibiríamos que las personas de “carácter fuerte” logran hacer prevalecer sus deseos únicamente en los pequeños momentos cotidianos. Esas personas decidirán a qué restaurante irán los otros, la película que verán, si la familia irá a la playa o no en el fin de semana, etc.

Las cosas verdaderamente importantes – su salud y la de las personas con las que conviven, la muerte de las personas queridas, el éxito o fracaso en las actividades profesionales, los estudios o inversiones, los cambios climáticos y sus tragedias, tales como las inundaciones, los terremotos, los desprendimientos o desplomes– no pueden ser decididas por ninguno de nosotros.

Esto lleva a que los de “carácter fuerte” tengan comportamientos ridículos: gritan, patalean y maldicen frente a acontecimientos inexorables y contra los cuales no hay nada que hacer. ¡Reaccionan como niños consentidos a los cuales no se puede contradecir! ¿Esto es realmente ser una persona fuerte? Está claro que no.

Querer mandar en cada hecho de la vida, querer influir en las cosas cuyo control se nos escapa, no es señal de fuerza. Tampoco es señal de razón, sensatez y del uso adecuado de la inteligencia.

Tal vez sería muy bueno que pudiésemos influir en muchas cosas esenciales, pero la realidad es que no podemos hacerlo. Esto nos hace sentir inseguros, pues las cosas desagradables y dolorosas ocurren en cualquier momento. No serán nuestros gritos los que impedirán que nuestros hijos sean atropellados, que nuestros padres mueran, que nuestra ciudad enfrente inundaciones o desplomes.

La primera señal de la fuerza de un ser humano reside en la humildad de saber que no tiene el control sobre las cosas que le son más preciadas. Sí, porque este individuo aceptó la verdad. Hacer esto no es nada fácil, especialmente cuando la verdad nos deja impotentes y vulnerables.

La segunda señal, y la más importante, es que la persona comprenda que tendrá que tolerar todo el dolor y el sufrimiento que el destino le imponga. Más aún – y esta es la tercera señal- tendrá que tolerarlo con “clase” y sin escándalos.

De nada sirve enfurecerse. De nada sirve maldecir a Dios. Ser fuerte es tener la capacidad para aceptar, administrar y digerir todos los tipos de sufrimiento y decepción que la vida forzosamente nos determine. Es no intentar hacerse el astuto frente a las cosas que tienen un real valor.

Las personas que no toleran frustraciones, dolores y contrariedades, son las personas débiles y no las personas fuertes. Hacen mucho ruido, gritan, hacen escándalo, amenazan con golpear. Son ruidosos y no fuertes ¡Estas dos palabras no son sinónimos!

El fuerte es aquél que osa y se aventura en situaciones nuevas porque tiene la convicción íntima de que, si fracasa, tendrá las fuerzas interiores para recuperarse. Nadie puede tener completa certeza de que su emprendimiento – sentimental, profesional, social – será exitoso. Es justamente por eso que le tenemos miedo a la novedad.

El débil no se arriesgará, pues la simple idea del fracaso le provoca un dolor insoportable.

El fuerte se arriesgará porque tiene la sensación íntima de que es capaz de aguantar la adversidad.

El fuerte es aquél que se sube al caballo porque sabe que, si se cae, tendrá las fuerzas para levantarse. El débil encontrará una disculpa – en general, acusando a otra persona – para no montarse. Hará gestos y poses de valiente, pero la verdad es que es exactamente lo contrario. Buscará tantas certezas previas de que no se irá a caer del caballo que, en caso de que realmente las encuentre, el caballo ya se habrá ido hace mucho tiempo.

El fuerte es lo que pareciera ser el débil: tranquilo, discreto, no grita y se arriesga. Hace lo que nadie esperaría que hiciese.

Texto publicado el 11 de octubre.