Esse projeto é um convite para quebrar o tabu. Um canal de inspiração e de informação para quem vive o luto e para quem deseja ajudar

Era tan sólo un perro…

¿Será que realmente nos permitimos pasar por un proceso de luto que sea proporcional al amor que sentimos por nuestros animales domésticos?

Hace algún tiempo, intentamos escribir un texto para homenajear a los queridos animales que nos acompañan y aman incondicionalmente. Aunque aquí utilizaremos al perro como símbolo de este sentimiento (debido a su importante presencia en una gran cantidad de hogares), este texto no se restringe únicamente a este lazo fraternal.

Cuando comencé a investigar sobre el tema y a pensar sobre cómo escribiría este post, me di cuenta de que ésta era una realidad que merecía mucho más que un simple homenaje – era necesario reflexionar y hablar sobre ella.

Si hablar sobre el luto por haber perdido a algún ser querido ya es todo un tabú, imagínese cómo será para aquella persona que perdió a un animal querido y no se siente cómoda expresando su dolor abiertamente. Las palabras “era tan sólo un perro”, “un gato”, “un pájaro”, etc., es lo que normalmente escuchamos cuando las personas en nuestro entorno intentan, desastrosamente, reconfortarnos. Muchas de estas personas consideran que estamos pasándonos del límite con nuestro dolor. Pero, ¿y cuál es ese límite que imponemos a otros y a nosotros mismos?

La psicóloga Nazaré Jacobucci, especialista en luto, publicó un artículo en su página, Pérdidas y Luto, donde entrevista a la Doctora en Psicología Déria de Oliveira. La tesis de doctorado de ésta última tiene como tema central: “El luto por la muerte de un animal doméstico y el reconocimiento de la pérdida”. La primera conclusión a la que llega esta psicóloga es que existe un sentimiento de luto no autorizado tras la pérdida de un animal. No se debe llorar demasiado ni tampoco entristecerse por mucho tiempo. Son varios los protocolos “anti-luto” que estamos acostumbrados a enfrentar en nuestra sociedad.

Sin embargo, la Dra. Déria constata que, en el caso de la pérdida de un animal, las personas pasan por un proceso parecido al de luto por la pérdida de un ser humano, con sentimientos y sensaciones similares, como son la negación, la culpa, la ansiedad de la separación, la rabia y el aturdimiento.

Alrededor del 52% de la muestra estudiada afirmó que el luto por la muerte de un animal doméstico debe ser moderado, así como el hecho de sentirse presionados a mantener su rutina social inalterada, pues la muerte de un animal no justifica un dolor tan grande. En contraste, si les preguntamos a las personas lo que representa un animal doméstico en sus familias, no sobran los elogios y las palabras como: “El perro es el mejor amigo del hombre”, “no existe un amor tan incondicional como éste”, “mi gato es un miembro más de la familia”, “es más que un amigo, es un hijo”. Si somos tan abiertos en la legitimación de este sentimiento, ¿por qué nos cerramos, minimizamos y juzgamos el sufrimiento por su pérdida?

Cada vez se vuelve más usual el encontrar parejas que optaron por no tener hijos, adoptando a sus animales como legítimos “herederos”. La custodia compartida de los animales es muy frecuente actualmente, como también lo son las clínicas veterinarias en Estados Unidos que ofrecen ayuda psicológica a los dueños en duelo. En general, hay un movimiento creciente de validación de la propia vida del animal y de su importancia en el contexto emocional de sus dueños.

¿Y para los niños? Para ellos, este contacto es aún más significativo. Muy probablemente, la muerte de un animal doméstico será la primera experiencia de pérdida que enfrentará un niño. Afortunadamente, parece que en estos casos, nosotros, adultos, les damos una TREGUA a las reglas y padrones de comportamiento y autorizamos a nuestros pequeños a vivir ese dolor. ¿Pero hasta qué punto? ¿Estamos realmente preparados para darles el amparo que ellos necesitan? ¿Dejamos que el proceso del luto evolucione a su propio ritmo o rápidamente intentamos llenar ese vacío para proteger a nuestros hijos del sufrimiento? ¿Quién, con la mejor de las intenciones, ya no compró rápidamente otro animal para reemplazar al que se ha ido, sin pensar que tal vez toda la familia necesitase pasar por el proceso de despedida de aquel animalito que por tantos años los recibió con alegría, amor, cariño y compañerismo?

El luto, independientemente del que sea, debe ser vivido y expresado con naturalidad y sin constreñimiento. Estas reflexiones me hicieron pensar en la película “Cadena de favores”. Tal vez vale la pena hacer un paralelo entre ésta y el sentimiento de solidaridad en el dolor. Todos nosotros tendremos que enfrentar pérdidas y cada una de ellas tendrá un tamaño equivalente al amor que sentimos por quien se ha ido – y no un tamaño que la sociedad estableció para ese tipo de dolor. Si demostramos cariño y empatía por aquel amigo que está sufriendo, éste ciertamente recordará este afecto e intentará reconfortar, de la misma forma, a una próxima persona que pase por la misma situación. Así, poco a poco, iremos deconstruyendo este tabú para crear una forma diferente de enfrentar nuestros miedos, ayudando a los que se sienten tan solos en este dolor.

Los niños, siempre tan sensibles y llenos de sabiduría, pueden enseñarnos mucho sobre este proceso. Lea, a continuación, dos delicados relatos sobre la vivencia del luto tras la pérdida de animales domésticos.

 

Historias de amor

Luna y Venus

“Yo sentí mucha tristeza cuando Venus murió. Venus era muy apegada a mí y yo la amaba profundamente. La tristeza fue tan grande que no sé ni cómo explicarla. Yo sentí mucho dolor en el pecho y pasé mucho tiempo recordando todos los buenos momentos que pasamos juntas. Venus no era simplemente mi perrita, era un perro mucho más que especial, era un perro que me seguía a todas partes. Siempre me vigilaba y me cuidaba. Era mi mejor y única perrita. Siempre pienso y recuerdo los buenos momentos que pasamos juntas. En el colegio mi tristeza se aliviaba un poco porque yo tenía que poner atención en clase”.

-Luna Bustos Ribeiro de Almeida, 10 años

 

María Eduarda y Bella

 

Maria Eduarda e Bela
Maria Eduarda e Bela

“Cuando Bella murió, sentí un dolor en el corazón y me puse muy triste. Pero fue bueno que ella hubiera vivido mucho porque los perros traen alegría a la casa. Yo sentía un amor muy grande por ella. El día que murió, yo prendí una vela por ella y me puse a imaginarme cómo sería nuestra casa sin ella. Pero un tiempo después me puse feliz porque me regalaron a Chico. Cuando mi bisabuela murió, yo sentí algo parecido, tal vez un poco más difícil porque yo era muy cercana a ella y ella era muy linda conmigo. Las extraño mucho a las dos, pero me alegra que ellas no hayan sufrido.”

María Eduarda Paes de Barros, 12 años