Inspiração - Bellas Historias
La hora del encuentro es también una despedida
“Mande noticias del mundo de allá, dice quien permanece…”[1], siempre poníamos esta canción en casa. “La plataforma de la estación”[2] hizo parte de nuestra vida durante los muchos años que vivimos lejos el uno del otro. Yo en São Paulo y mi papá en Brasilia. Los encuentros y las despedidas eran siempre emocionantes y sensibles. Para esconder la nostalgia que surgía, mi papá me regalaba dulces toffe. Para demostrar la alegría por mi llegada, yo siempre recibía flores. A pesar de tantas despedidas, nunca aprendí a aceptarlas totalmente. Y en la más loca y difícil de todas no hubo dulces ni tampoco el reconforto de un próximo encuentro.
La primera vez que oímos que a mi papá le quedaban cinco años de vida fue desesperador. Rápidamente, descalificamos la opinión médica y creamos nuevas esperanzas basadas en los avances de la medicina. Cinco años era mucho tiempo como para alguien anunciar algo así. Y, al cabo de un tiempo, nos olvidamos de la profecía pues, a pesar de la fragilidad de mi papá, todo estaba bien – o casi.
Hugo Silveira Heredia murió cinco años y algunos meses después de aquel día en el que negamos, refutamos y demonizamos. “Esta enfermedad es justamente así. Ustedes recibieron el pronóstico de uno de los mejores especialistas en pulmón que hay en Brasil”, me dijo un médico al que acudí en São Paulo. Mi papá estaba en Brasilia y, aunque confiábamos en el equipo que se hacía cargo de él, yo quería más explicaciones.
Cuando la realidad se impuso, vivimos un año y medio entre idas y venidas del hospital. Dos o tres veces nos advirtieron: el señor Hugo no superará ésta. ¡Pero la superaba! ¡Él quería vivir! Durante aquel año y medio, nos escondimos de la despedida – esta condenada que nos exige tanto en la vida. Padre de seis hijas, el señor Hugo sabía cuán difícil era disuadir a tantas mujeres para que llegasen a un consenso – aún más cuando se trataba de una realidad que, por ser tan dolorosa, fingíamos que no existía.
Como siempre ocurría, mi papá tenía la última palabra en todo. Y así fue con su despedida. Convocó a sus hijas y cuñados al hospital bien temprano. Con toda la serenidad posible, y rescatando toda la dignidad que le había sido robada en los hospitales, mi papá nos comunicó que quería irse y que aquél era el día. Un procedimiento médico, la sedación, aliviaría su dolor. Era la última vez que nos encontraríamos en la plataforma de la estación de la vida. Y casi que se va en ese mismo día, pero la medicina lo mantuvo acá, como un pasajero atrapado en un avión, con las puertas cerradas en medio de la pista – y sin posibilidad de regreso.
Por miedo, dolor e ilusión, decidí no acompañarlo más a partir de aquel momento final en el hospital. Diez años después de su partida, nunca fui al cementerio de Brasilia – ni sé en qué parte está. No logro despedirme. Es como si, de esta forma, yo quisiese mantener viva su voz, diciéndome: “¿Quieres hacer periodismo? ¡Dale! Es ahí donde te encontrarás a ti misma.” Cuando yo me quejaba de tener dos empleos, además de tener que ir a la universidad, él me decía: “Para tu edad, estás trabajando más de lo que te gustaría y menos de lo que deberías”.
Hugo Heredia le dio el nombre a muchos asentamientos de los sin-tierra localizados en varias partes de Brasil. Profesor de historia, fundador del movimiento social, simpatizante de la causa y defensor de los más necesitados, mi papá dedicó su vida a la lucha contra la desigualdad a través de la educación. En las manifestaciones promovidas por este movimiento, yo siempre era muy bien recibida como reportera: “Es hija del profesor Hugo Heredia. Ella va a contar la historia real”, oía decir a los líderes. Y no siempre la historia real le agradaba al grupo o, inclusive, a mi papá. Pero el respeto mutuo era inmenso y el aprendizaje era, siempre, una prioridad.
“Hija, explícame tu punto de vista. Quiero poder entender y ponderar”, me pedía. Y el equilibrio se mantenía aun cuando sobraban los desacuerdos. Llevo conmigo la balanza incrustada por mi padre para sopesar motivaciones, iniciativas, comprensiones y cuestionamientos pero, sobre todo, para mantener la empatía. Es con esta brújula que logro guiarme en los tiempos actuales.
Ha llegado la hora de seguir la brújula de mi corazón y caminar hasta donde yace mi padre hace poco más de 10 años. Vamos a sellar nuestros encuentros y nuestra despedida.
“Son dos lados
Del mismo viaje
El tren que llega
Es el mismo tren de partida
La hora del encuentro
Es también una despedida
La plataforma de esta estación
Es la vida en este lugar
Es la vida en este lugar
Es la vida…”
[1] Fragmento de la canción “Encuentros y despedidas” de Milton Nascimento. La versión original está en portugués.