Nunca olvidaremos a los que se fueron: ellos tienen que tener su lugar en el mundo aunque estén muertos. Porque siguen vivos en nosotros. Y cada cual tendrá que aprender cómo construir esa nueva relación. Hay gente a la que le gusta recordar al hijo, hablar de él, de su madre, del amigo que se fue. Otros prefieren guardar sus recuerdos en silencio, en sus pensamientos, memorias y sueños.

Todas las formas son válidas. Ahora, a nosotros nos queda muy claro después de haber escuchado tantos relatos que la presencia de un amor que se va antes de nosotros permanece en alguna parte. Hay momentos en que al propio enlutado le da miedo olvidarse: “¿y si ya no me acuerdo de la voz de mi padre? De su olor, su forma de ser, de su abrazo?” Pero la verdad es que él o ella solo morirán de hecho el día en que ya nadie en este mundo los recuerde y los extrañe. Entretanto, los que amamos seguirán siempre vivos en nosotros.