La muerte lo deja todo patas arriba y el periodo que le sigue, ese que se conoce como luto, es extraño, intenso, inestable. Como si nos abrieran una nueva puerta sin explicarnos qué es lo que vamos a encontrar al otro lado. Experiencias, pensamientos y sentimientos inéditos nos atropellan. El mundo se nos hace raro y es exactamente así como uno se siente. “¿Quién soy yo? ¿Por qué me siento tan distante? ¿Por qué antes las cosas tenían importancia y ahora todo me da igual? ¿Por qué ahora pienso en cosas que antes no se me ocurrían?”

Sentirse desubicado en el cotidiano, en la luna, es normal. Y a veces, incluso, transformador. Pues mucha gente nos ha contado que acercarse a la muerte y vivir el luto les hizo replantear la propia vida. “Yo soy otra persona” y “aquél día, nació una persona que yo no conocía” son frases que se repitieron durante el proceso investigación que realizamos cuando arrancamos el proyecto. Por ello, conocer personas que “ya han estado del otro lado” suele ser muy confortador.